--Ahora caigo ha celebrado los 1.000 programas y la audiencia es lo único que no se ha precipitado por las famosas trampillas.

--No, no cae y eso es algo para celebrar, porque, hoy en día, con lo rápido que va todo, lo exigente que es el público y la cantidad de oferta y competencia que hay, llegar a 1.000 programas es un lujazo.

--¿Cuál es la clave del éxito?

--El atractivo del presentador- El color de mis ojos y la manera de moverme por el escenario...

(ríe).

--Bromea, pero su carisma tiene mucho que ver.

--Hemos complementado bien el formato y el presentador, sí. Y, al principio, ver caer al que fallaba era una gran novedad, muy sorprendente; ahora se han creado unas coletillas y formas que el espectador fiel agradece. Porque al ser un programa diario y que lleva tanto tiempo en antena, hay unos referentes que la gente ya se sabe, como lo de la gallina ponedora; Vicente, que es quien está al final de la trampilla; la cancioncita... Además, este programa hace mucha compañía y esto es algo que me gusta mucho. La de gente mayor que me dice: "No sabes lo que nos acompaña este programa. Lo bien que nos hace pasar la tarde de invierno".

--Los concursantes son muy generosos, pero usted también. No tiene problema en disfrazarse, en contar chistes malísimos...

--Ninguno. Mi vocación, más allá del periodismo, que fue la inicial, es la de entretener al personal. Yo pronto me di cuenta de que lo que me gustaba era eso. Ya fuera en clase, cuando era pequeño; en una reunión familiar o con amigos en una fiesta. Aunque sin ser el gracioso de turno, ¿eh?, porque si no eres un poco pesado. Pero siempre me ha gustado ver a la gente disfrutar. Y esa generosidad siempre la he tenido, por supuesto. Eso de que la gente se lo pase bomba durante una hora para mí es lo mejor.

--Y usted parece disfrutar.

--Sí. A veces te sientes mal, porque piensas: "¡Jo, que me tengan que pagar por esto, que me lo estoy pasando tan bien...!".

--Necesitamos mucho reír...

--Sí, ese es el mayor premio y un lujazo: lograrlo tanto con gente que sufre la crisis económica como quien se encuentra en el hospital.

--¿Un concursante que recuerde?

--Uno de Valencia que se permitía el lujo de contar chistes mientras respondía. El tío le echó morro y estuvo todo el tiempo súper tranquilo.

--¿No siente pena por ellos?

--Sí, porque vienen con toda la ilusión para comprarse algo o hacer un viaje. Y, luego, hay quien tiene más necesidad de lo que confiesa. Dice que quiere cambiar de coche y lo que quiere es llenar la nevera. Y hay otros que piensas que cómo es que se presentan. ¡Si ves en casa que no aciertas ni una, ni lo intentes!

--¿Se ha lastimado algún concursante al caer por la trampilla?

--Alguien se hizo daño muy al principio. Cuando se ve a una persona con mucho sobrepeso o muy sedentaria, se le hacen unas pruebas previas.

--¿A quién tiraría usted por el agujero?

--¡Uy, a tanta gente...! No tendría sitio allí abajo. Porque estamos en un momento que hay una obsesión por la codicia y un abuso de poder. Hay gente que pierde el norte, que quiere ganar más cuando no hace falta tanto. Hace poco salió que en un deporte tan noble y elegante como el tenis apañaban partidos. Queremos más y más. ¿Para qué?

--¿Y cuánto tiempo se ve usted despeñando a la gente?

--Yo estaría 1.000 programas más, por lo menos. Porque estoy muy a gusto. Hay poca presión. No tienes que estudiarte un guion exhausto, Va solo. Tengo un cheque en blanco para hacer el tonto; tengo libertad y barra libre para la idiotez...

--Y para el trasvestismo.

--Claro, las pelucas y demás. Mientras lo pueda ir combinando con proyectos de interpretación y cositas más tranquilas...