La joven activista Greta Thunberg, el protagonista de la serie The good doctor, el de la novela de Mark Haddon El curioso incidente del perro a medianoche o la icónica hacker Lisbeth Salander, de la saga Millennium, de Stieg Larsson, tienen en común que sufren el síndrome de Asperger, un trastorno del autismo asociado a problemas de relación y a brillantez en determinadas habilidades, que se ha popularizado en los últimos años. Quien le da nombre, Hans Asperger (Viena, 1906-1980), fue un pediatra y psicólogo austriaco, que lejos de ser el Schindler de los niños autistas, como él mismo abonó blanqueando su biografía tras la segunda guerra mundial, colaboró en el programa de eutanasia nazi. Lo revela el historiador Herwig Czech en Hans Asperger, autismo y Tercer Reich (NED), una investigación basada en pruebas de archivos y expedientes médicos que demuestran su colaboración con el régimen de Hitler, que se anexionó Austria en 1938 (Anschluss).

«Asperger contribuyó a la legitimación ideológica del programa de eutanasia e higiene racial y a su funcionamiento y decidió sobre la vida de muchos niños y niñas», explica Czech. En diversos informes, que concluía con un «Heil Hitler», el pediatra diagnosticó casos de pequeños con problemas psiquiátricos «no educables», término que equivalía a la eutanasia infantil, y los enviaba a Spiegelgrund, clínica que la llevaba a cabo y donde de 1940 a 1945 se asesinó a 800 niños con sobredosis de drogas u otros medios.

«NO EDUCABLES» / «Asperger, en una entrevista en la radio en los 70 no negó el conocimiento pero afirmó que se negó a denunciar a los niños evitando su traslado a Spiegelgrund, algo que es mentira pero que implica que sabía lo que les ocurriría si lo hacía». El caso mejor documentado es el de Herta Schreiber, de 3 años, con trastornos físicos y mentales por una encefalitis. «Firmó su traslado a Spiegelgrund porque era una carga para la madre, sola y con cinco hijos más. Según otro documento, la madre sabía que iba a morir y consintió. No tengo duda de que Asperger sabía que la enviaba a la muerte», señala Czech. Herta murió de neumonía, la causa más común de muerte en la clínica, rutinariamente inducida con barbitúricos.

La investigación de Czech también prueba que «Asperger formó parte, en Gugging, de un comité que evaluó a 200 niños con discapacidades mentales y que seleccionó a 35 declarándolos como no educables y, por tanto, para ser enviados a Spiegelgrund». Allí los sometieron a eutanasia. «Su opinión como pediatra infantil era fundamental porque en el grupo solo había otro psiquiatra, de adultos, y varios funcionarios. Como no era el autor directo de la muerte de esos niños no se hacía responsable de lo que les pasaría», añade.

Al historiador le sorprendió «la falta de empatía en un pediatra», que «emitió con varios niños un diagnóstico más duro y agresivo que el que dieron luego doctores de Spiegelgrund acostumbrados a matar». Asperger no creía que ningún factor externo o ambiental influyera en el trastorno de los niños. Un ejemplo fue el caso de Lizzy Hofbauer, de 12 años, que «actuaba como una loca, hablaba de persecución antijudía, se mostraba atemorizada en extremo». Sin tenerlo en cuenta, Asperger lo interpretó como «síntomas de esquizofrenia». En 1941 se la destinó al centro de exterminio por eutanasia de Hartheim.

Su entorno de referencia incluía a nazis antisemitas y fanáticos y, aunque no se afilió al partido nazi, sí lo hizo a organizaciones que dependían del mismo. «Por ello evitó por los pelos el ser sometido al proceso de desnazificación tras acabar la guerra».

Pese a todo, Herwig Czech no es partidario de cambiar el nombre del síndrome, que se adoptó en 1993, al redescubrirse su trabajo fuera de Alemania sin profundizar en su vida. «Yo mantendría el nombre pero con una nota al pie para tener presente la historia».