Las drogas, ya se sabe, matan. Es así. Las sobredosis causaron 72.000 muertes el año pasado en Estados Unidos, muchas más que las armas de fuego o los accidentes de tráfico. De tan salvajes niveles de adicción y mortandad nos informa en sus últimos compases el drama Beautiful boy, presentado ayer a concurso en el Festival de San Sebastián, justo antes de recordarnos con un par de frases bonitas impresas en pantalla lo importante que es pedir ayuda. Esas palabras dejan claro que, al menos hasta cierto punto, la película aspira a funcionar con fines preventivos; todo lo sucedido durante las dos horas de metraje previo sugiere que, en cambio, tratar de cautivar al espectador a base de méritos artísticos no era una prioridad.

Basada en sendos libros de memorias a cargo de David y Nic Sheff, padre e hijo, Beautiful boy transcurre dando sucesivos saltos atrás y adelante en el tiempo. De inmediato se nos informa de que el padre ha descubierto que el hijo es adicto a la metanfetamina. Trata de ayudarle, pero los intentos de rehabilitación del joven no logran apartarlo del camino autodestructivo que ha emprendido. Mientras contempla a Nic abandonar la universidad y mandar su vida al garete, David recuerda cómo, un día, compartió con él un cigarro de marihuana. En efecto, el filme demuestra que en el 2018 aún hay quien cree que de fumarse un porro a chutarse hay solo un paso.

A partir de entonces, la película se limita a contemplar cómo Nic se rehabilita y luego recae, y luego vuelve a rehabilitarse y después, de nuevo, a recaer. En una ocasión, y en otra, y en otra más. Vemos a los dos personajes llorando, y gritándose, y hablar por teléfono o mirar con cara de circunstancias a la cámara. También vemos al muchacho pasarse con la dosis. La primera vez es impactante; las otras ya no, a pesar de la insistencia con la que el director Felix van Groeningen recurre a la música de la banda sonora para dejarnos la garganta hecha un nudo.

LOS OSCAR / Van Groeningen obtuvo una nominación al Oscar en el 2012 gracias a Alabama Monroe, una película en la que retrataba a una pareja destruida a causa de la enfermedad terminal de su hija -se desconoce si aspira a convertirse en el retratista oficial de los traumas familiares-. Y es más que probable que también Beautiful boy acabe obteniendo candidaturas a lo largo de los próximos meses al menos para sus dos actores protagonistas. En la piel del padre, Steve Carell vuelve a hacernos olvidar que un día era valorado exclusivamente como cómico, y en la del hijo Timothée Chalamet -ya nominado a la estatuilla gracias a Call me by your name (2017)- ofrece el tipo de exceso que tanto gusta a quienes reparten premios.

«La película deja claro que la adicción no tiene límites y no discrimina en base a raza, género o clase», explicó ante la prensa el actor, convertido en uno de los intérpretes de moda en Hollywood. Y es cierto que las drogas no hacen ese tipo de distinciones. Pero hay algo problemático, por último, en el hecho de que la que cuenta Beautiful boy sea solo la historia de una adinerada familia blanca y no les dedique ni siquiera un plano a los tipos seguramente negros o latinos que le pasaban a Nic su cristal. Por supuesto que la historia de los Sheff es relevante, pero Van Groeningen parece querer decirnos que su caso es trágico porque esto no debería pasarle a este tipo de personas. Y en todo momento Beautiful boy se esfuerza por pasar por alto que en la supervivencia del muchacho sin duda tuvo que ver la cantidad de privilegios que provenir de donde provenía le proporcionó.

SIN CINISMO / También a concurso, El libro negro es un relato de pasión e intriga en la Europa de finales del XVIII, lleno de músicas orquestales, decorados fastuosos y afectadas voces en off. La directora Valeria Sarmiento acompaña los destinos de un huérfano francés y la cuidadora italiana decidida a garantizar el bienestar del pequeño.