Había una vez un matrimonio de aristócratas que, en lugar de dos, eran tres. Los titulares y el amante de ella. Y los tres hacían cosas tan cotidianas como ir juntos a la playa de Ondarreta. Mientras la esposa y el amante paseaban, el esposo leía, impávido, The Times. Luego almorzaban bajo un toldo cercano al de Franco, con criados uniformados y cubertería de plata.

La periodista Begoña Aranguren (Bilbao, 1949) asegura que esta unidad triangular existió. Aunque, por aquello de preservar el copyright, aparecen con otro nombre en el libro Alta sociedad. La insólita corte del franquismo, un mosaico novelado sobre los nobles que se pegaron la gran vida en los "felices 60" y que, con la transición, o se reciclaron, se exiliaron al campo, o acabaron apurando su ocaso en alcohol.

"Mi impresión es que Juan Carlos nunca confió en ellos. Al abuelo, Alfonso XIII, lo dejaron tirado como una colilla. Además, al Rey lo recibieron fatal, porque no quiso corte, y ellos querían volver a los bailes, a las cenas, a las recepciones de antes...".

Aranguren no viene de nobles, aunque tampoco habla de oídas. Su padre era agregado industrial de la embajada española en Washington y, ya desde pequeña, en Bilbao y en la Costa Brava, fue una espectadora atónita de este mundo "terrible y deprimente, de pura ficción". Se supone que su matrimonio de tres años con José Luis de Vilallonga, marqués de Castellvell, le dio algunos datos más.

El libro, contado a través de un personaje de ficción, tiene algo de impresiones ("muchos nobles viven de espaldas a la solidaridad y de cara a la barra de bar"), de antropología ("eran endogámicos y se reconocían casi por el olfato"), de psicología ("los sentimientos eran algo vulgar, no lloraban ni en los duelos") y de cotilleo. Uno de los mejores son las llamadas brigadas del amanecer, nombre con el que se conocían las juergas en las que los varones depositaban sus llaves en una taza de plata y, a modo de sorteo, metían la mano y se iban a la cama con la esposa del titular del llavero.

Luego está la parte histórica, trufada de "traiciones". Aranguren asegura que gran parte de la aristocracia de aquella época estaba "obsesionada con el poder" y que "iban de visita a Estoril (donde vivía Juan de Borbón) pasando antes por El Pardo". "Al menos, la duquesa de Alba, reconoce que a Franco le deben mucho", asegura la periodista, que recuerda cómo el dictador les dio puestos de poder. "Franco, que tonto no era, debía de reírse de la bajeza de esta gente", dice Aranguren, quien estima que la nobleza "aún mueve hilos".