El poeta y académico Ángel González, fallecido hoy en Madrid a los 82 años, era representante de la poesía social, de la llamada Generación de los 50, "una manera de pensar", decía, nacida del sufrimiento y el rechazo a "la miseria" de aquellos años. Se expresaba morosamente con exquisita sencillez e ironía y guiado siempre por su veneración por la palabra exacta y su compromiso con la realidad.

Admirador de Claudio Rodríguez, Blas de Otero, José Hierro o Juan Ramón Jiménez, Ángel González, nacido el 16 de septiembre de 1925 en Oviedo, pertenecía al grupo conocido como Generación de los 50 o del Medio Siglo, amalgamado en su origen por su sentimiento de rebeldía hacia la Dictadura, a la que combatían clandestinamente, y caracterizada por tratar asuntos de la cotidianeidad con un lenguaje coloquial que huía de los localismos o popularismos.

Según explicaba en sus últimas entrevistas, en 2007, de todos ellos solo Jaime Gil de Biedma y él se habían mantenido en una línea de la poesía urbana, porque estaba convencido de que "la utopía de transformar el mundo" estaba aún vigente, mientras que José Angel Valente derivó hacia el "misticismo acogido al silencio" y Caballero Bonald y Carlos Barral se instalaron en una suerte de "barroquismo".

Hijo de un republicano, que murió cuando él tenía 18 meses, estuvo siempre muy marcado por sus experiencias durante la Guerra Civil y la posguerra. De hecho, "gozó" durante buena parte de su vida, según él mismo decía, de una salud "muy mejorable", quebrantada desde muy joven por una tuberculosis contraída "gracias a la miseria de aquellos tiempos" que le tuvo recluido en las montañas de León durante tres años.

González escribía poco. "Otoños y otras luces", poemas sobre la nostalgia, la elegía al paso del tiempo y la vejez, es su último libro, publicado en 2001 tras nueve años de silencio porque, argumentaba, tenía que sentir la necesidad de escribir y eso sucedía "cuando pasaba". "No es obligatorio", ironizaba. Vivió desde 1972 en Alburquerque (Nuevo México, Estados Unidos), en cuya universidad, que le hizo doctor Honoris Causa en 1997, enseñó Literatura hasta que se retiró.

Al extranjero durante la dictadura

"Yo no me fui exiliado -explicaba-, yo me fui harto de la España de la Dictadura, que parecía que no iba a acabar nunca". Se quedó en Alburquerque tras la muerte de Franco porque era licenciado en Derecho, "ni siquiera abogado", y en España no podía enseñar literatura, que era lo que le interesaba, mientras que en Nuevo México si se lo permitieron.

Empezó a pasar cada vez temporadas más largas en España a partir de su retiro, en 1993, y desde 2003 mantenía un domicilio en Madrid. Aunque uno de sus rasgos más característicos, la ironía, surgió como la forma en la que los poetas de su generación esquivaban la censura franquista, con el tiempo se dio cuenta que ésta le permitía "decir que sí y que no al mismo tiempo".

"Ayer fue miércoles por la mañana, por la tarde cambió, se puso casi lunes", dice uno de sus poemas. También era legendaria su adoración por la palabra exacta en su uso del lenguaje coloquial, claro y simple, "mucho más difícil que escribir con hermetismo", presumía. "Siempre pretendí la sencillez. Espero haberla alcanzado", decía hace unos meses en un viaje que hizo a Asturias, en el que adelantó que su intención era preservar su legado a través de una fundación semejante a la que respalda a Caballero Bonald.

Diversos premios

Su deseo, decía, era que cuando él y su esposa, Susana Rivera, con quien se casó en 1993 tras una convivencia de 14 años, fallecieran, y dado que no tienen hijos, ya estuviera en funcionamiento la fundación, en la que se recogerían sus papeles, libros y otros bienes. Galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras 1985 y Reina Sofía de Poesía Iberoamericana 1996, era un gran apasionado de la música y había colaborado con el cantautor Pedro Guerra en el libro-disco "La palabra en el aire" (2003) y en el trabajo "Voz que soledad sonando" (2004), con el tenor Joaquín Pixán, el pianista Alejandro Zabala y el acordeonista Salvador Parada.

De su obra poética destacan "Aspero mundo" (1956); "Sin esperanza, con convencimiento" (1961); "Grado Elemental" (1962); "Tratado de Urbanismo" (1967); "Palabra sobre palabra" (1968); "Prosemas o menos" (1985); "A todo amor" (1988); la antología "Luz o fuego o vida" (1996); la antología "Lecciones de cosas y otros poemas" (1998); y "101+19=120" (2000). Entre sus ensayos figuran "Juan Ramón Jiménez" (1973); "El Grupo Poético de 1927" (1976); "Gabriel Celaya" (1977); y "Antonio Machado" (1979).