Cuando el pasado 13 de octubre la secretaria de la Academia Sueca pronunció el nombre del Premio Nobel de Literatura se produjo una pequeña paradoja: era prácticamente imposible correr a una librería española para leer su obra. Y no solo porque el medio natural de acceso a la producción del premiado, Bob Dylan, sea la audición de sus canciones, sino porque su cancionero de referencia, el libro que recogía todas sus letras entre 1962 y el 2001, estaba descatalogado, publicado por una editorial ya disuelta, Global Rythm. Tras la firma de un acuerdo editorial cuya cuantía es objeto de especulaciones y comentarios en el sector, este lunes llega finalmente un gigantesco volumen de 1.297 páginas que cubre ese vacío. ‘Bob Dylan. Letras completas 1962-2012’ (Malpaso) no es solamente la reedición de ese volumen editado originalmente en el 2007 con el texto original en inglés y las traducciones al castellano de Miquel Izquierdo y José Moreno. Se han añadido 36 letras no recogidas anteriormente, correspondientes a sus tres últimos discos, composiciones para el cine o reliquias incluidas en ‘The bootleg series’, hasta llegar a las 390 canciones, y los originales corresponden a las versiones que el propio Dylan ha corregido y aceptado como definitivas y canónicas.

¿Qué sentido, aparte del coleccionismo o la mitomanía, tiene un cancionero cuando la red bulle de páginas con letras de canciones, de vídeos subtitulados y de servicios de ‘streaming’ que ofrecen música y letra simultáneamente, lejanos aquellos tiempos en que las ediciones de Júcar (1972 y 1975) con las traducciones de Jesús Ordovás y Mariano Antolín Rato eran un instrumento insustituible? Para empezar, la exhaustividad. Para seguir, apunta José Moreno, el cuidado puesto en la traducción: “Puedes ir a internet y encontrar prácticamente cualquier letra más o menos traducida, pero en algunos casos parece que es una traducción automática, y en general no se cuidan los modismos, con traducciones enormemente literales que desvirtúan el sentido real”. Y por otra parte, están las notas, canción a canción, a partir de la base del trabajo para la edición italiana del erudito dylanólogo Alessandro Carrera, proseguida por Diego Manrique para el periodo 2001-2012 y completada por los propios traductores, que explican algunas de sus opciones.

REFERENCIAS LITERARIAS

Un aparato de notas que, por si no fuese suficiente la simple lectura de las letras, o al menos de las “40 o 50” que según Moreno “son obras maestras que podrían componer un libro que ya querría haber escrito cualquier poeta contemporáneo”, sirven para armarse de razones para defender ante los más reticentes el Nobel para el de Duluth. Aunque solo sea por la vía del calibre de las referencias literarias que se van identificando y enumerando, y que han sido imprescindibles para ajustar el sentido de la traducción.

“En los primeros discos aparece Rimbaud, en la trilogía eléctrica (‘Bringing It All Back Home’, ‘Highway 61 Revisited’ y ‘Blonde on Blonde’) hay una imaginería alucinante que pasa por muchas lecturas que se remontan a Villon, a poetas que están a caballo entre la edad media y el renacimiento, que Dylan, como persona sin una formación normativa pero autodidacta y extremadamente inteligente, mezcla con una libertad muy americana”, opina Izquierdo. “Exceptuando lo bíblico, que es un elemento central que está ya desde sus primeras canciones, y Shakespeare, las distintas lecturas que Dylan va haciendo en cada época van apareciendo en sus canciones: va absorbiéndolo todo. Empieza por Rimbaud, después Petrarca, decenas y decenas de citas tomadas del blues y del country... Dylan roba con descaro por todos los lados, hasta de los titulares de los diarios, y no lo oculta, son apropiaciones más que alusiones”, añade Moreno.

LA OPCIÓN

Entre la traducción literal y la recreación de los textos para que funcionen autónomamente en castellano como canciones, o poemas, Izquierdo y Moreno han elegido una solución intermedia. “La mayoría de las traducciones están planteadas como una versión en castellano del original, sin intentar demasiados excesos poéticos pero intentando que se lea bien y que tenga un cierto ritmo”, precisa Moreno. Solo en algunos casos en que métrica o rima son elementos básicos del original (‘2x2’ y ‘Mozambique’) o temas narrativos en que la forma es adaptable a la del romance castellano (‘All along the Watchtower’, ‘John Wesley Harding’) los traductores se han atrevido a “juguetear” formalmente.

¿Cómo se enfrenta un traductor a unos textos a menudo impenetrables? Las memorias y las entrevistas de Dylan han ayudado... hasta cierto punto. “Nadie puede interpretar lo que yo digo, absolutamente nadie, y a veces yo tampoco”, dijo en una de ellas. Para Moreno, la identificación exhaustiva de fuentes y citas por parte de Alessandro Carrera les ha facilitado acceder a pasajes, de entrada, oscuros. “Hemos intentado hasta la extenuación hallar el significado de todo aquello que parecía enigmático en las letras de Dylan, pero hay ocasiones en que es deliberadamente oscuro, y entonces no puedes iluminarlo artificiosamente”, reconoce Moreno. El lector, dicen los traductores, seguirá encontrando el “desconcierto que Bob Dylan ha depositado en las letras”; “una sintaxis tortuosa cuando no intransitable, metáforas descabelladas o decapitadas, alusiones enigmáticas, oraciones truncadas, citas encubiertas o descubiertas, visiones herméticas, cartas sacadas de la manga, juegos de manos y de palabras, ambigüedades, zumbidos, equívocos, caprichos, extravagancias, caminos sin retorno, cantos que ruedan y balas perdidas…”

¿Y EL NOBEL?

Ante las opiniones hostiles que ha suscitado el Nobel a Dylan, ¿qué opinan sus traductores? “Ha sido una reivindicación dogmática, un poco pesadita y que no entiendo muy bien de la alta literatura, como si alguien hubiese asaltado su sagrado templo, frente a lo que podríamos considerar literatura popular”, dice Moreno. “Estuve contento con el Nobel -añade Izquierdo-, está muy bien galardonar a un individuo que para tantas generaciones ha significado un poco la Palabra, y se debe recordar el Nobel lo ha recibido gente como Cela, una hombre de una banalidad y una convencionalidad literaria e infinitamente menos íntegro intelectualmente, pero tampoco creo que hubiese sido una injusticia que no se lo hubiesen dado. Eso sí, me sabe mal que no lo vaya a recoger. Me hacía ilusión imaginar cómo podía ser su discurso...”