Es hermoso leer un libro como quien mide la edad de una sequoia, contando los círculos que, como años en fila india, ilustran varias generaciones de frutos y hojas caídas. Así son los árboles en esta espectacular novela de Richard Powers: el símbolo de la conexión entre dos dimensiones de lo espiritual (la tierra, el cielo) de la que ninguna cultura puede prescindir, porque los árboles son testigos vivos de la historia, y es esa mirada botánica la que nos permitirá seguir respirando en el futuro.

Cuando Patricia Westerford, alias Patty-Planta, se aventura a concluir, en su investigación posdoctoral, que «es posible que el comportamiento químico de los árboles individuales solo tenga sentido si los consideramos miembros de una comunidad», es Powers el que nos avisa de que los árboles siempre deben dejarnos ver el bosque.

Es esa científica, uno de los personajes clave de una novela coral y panorámica, la que nos da la clave de su estructura narrativa, que al principio obedece a la lógica de una colección de relatos arborescente, para luego confluir en una epopeya ecológica en la que la lucha contra la deforestación se convertirá en el espacio solidario del colorido dramatis personae concebido por Powers. Es Patty-Planta quien tiene la teoría de que los árboles han diseñado un complejo sistema de comunicación a través de sus raíces, y entonces nos damos cuenta de que los personajes de El clamor de los bosques, flamante Pulitzer de este año, no son más que reflejos humanos de los árboles que los protegen o los miran, unidos por un invisible rizoma universal. Su pequeña existencia es tan magnánima como la del castaño que ha sobrevivido a la infestación por hongos más devastadora de los últimos dos siglos. El hombre es un árbol, de ahí que cada uno de los capítulos de presentación de los personajes se comporte de manera distinta, porque un roble no puede observar del mismo modo que un sauce.

Cada historia está atravesada, claro, por la misma prosa gaseosa, inaprehensible, que sabe protegerse de las artimañas del misticismo recordando que Walden ya está escrito, que Emerson ya nos hizo gozar de la comunión entre el hombre y la naturaleza, que el panteísmo encontró a Dios debajo de las piedras.

Da la impresión de que Richards Powers ha querido escribir la novela definitiva sobre la lucha medioambiental, aunque eso sería reducir mucho su radio de acción y subestimar sus monumentales ambiciones, que tienen que ver con construir un relato mítico, que cruza tiempos y espacios con la velocidad con que, en el primer capítulo, se nos explica una saga familiar que parece narrada a cámara rápida, con una precisión poética no exenta de serenidad clínica.

En apenas 22 páginas hay material narrativo para escribir hasta diez novelas. En manos de otro escritor, esta saturación narrativa sería un problema grave, sobre todo porque El clamor de los bosques se extiende nada menos que hasta las 600 páginas, y sin embargo, es un árbol que no necesita podas, cada hoja está en su lugar, como una palabra justa.

‘EL CLAMOR DE LOS BOSQUES’

Richards Powers

AdN