La primera escena de la condensada novela Punto omega , de Don DeLillo (Nueva York, 1936) transcurre en la sala donde la célebre instalación del videoartista Douglas Gordon, 24 Hour Psycho, se desliza por entre las rendijas del tiempo. La obra en cuestión ralentiza el incontestable clásico de Hitchcock Psicosis hasta hacerlo durar un día entero, de modo que cada gesto, cada mirada, cada rostro y cada cuerpo se descomponen en tiempo puro, en una cascada de instantes que nos permiten descubrir qué hay detrás de las imágenes, cuál es su misterio al margen de lo que piensan los cánones. Es el poder del vídeo, el de archivar la historia del cine, y mientras, aprovechar para congelar sus hallazgos y hacernos pensar en ellos como si viviéramos en una isla donde solo existe el arte y la conciencia. Y el narrador es DeLillo, que ha entendido hasta tal punto en qué consiste la ontología del vídeo que la ha convertido en objetivo último de su empresa literaria, que traduce en palabras la negación del tiempo. O el tiempo haciéndose viejo de repente pero con lentitud exasperante, buscando ese estado en que la conciencia se acumula y empieza a reflejarse en sí misma.

Por eso da la impresión de que la novela es literatura sucinta, sólida y austera, tan esquemática como precisa: es el lenguaje como metrónomo de ese mundo en extinción (Norteamérica) que DeLillo lleva relatando desde Ruido de fondo .

Los personajes no lo son stricto sensu, porque se comportan como figuras recortadas en un diorama dibujado por una conciencia superior. Hay una voz que se resiste a ser filmada por un documentalista: la de Richard Elster, asesor del Pentágono que ama las "guerras Haiku" y que defiende las mentiras del Estado tomando whisky.

Elster se resiste a ser filmado porque no quiere hacer una confesión, como si expresara el deseo de enseñarnos a qué atenernos cuando vemos realmente una imagen. Las intencionalidades políticas de Punto omega son vagas. A DeLillo le interesa que el lector vea y que, en el proceso, la imagen, no importa su filiación ideológica, aprenda a pensarse a sí misma, como en la instalación artística de Douglas Gordon. Lo que cuento puede parecerles frío, cerebral y esotérico, pero es en verdad apasionante.