Se los conoce como topos. Se escondieron en desvanes de unos pocos metros cuadrados no ventilados o zulos minúsculos impracticables incluso para las cucarachas, o agazapados en pozos o pocilgas o emparedados en alacenas, algunos junto a un arma cargada por si hacía falta encañonársela en la sien. Y allí permanecieron a refugio de la represión franquista -de las torturas, las cunetas, las fosas comunes-, algunos de ellos durante más de 30 años hasta que una ley de 1969 amnistió los presuntos delitos cometidos durante la guerra civil. Salían de sus escondrijos ciegos, temerosos de articular palabra y ansiosos por olvidar, convertidos en reflejo de un país crónicamente incapaz de ver, hablar y recordar.

"La película habla de conflictos que se transforman pero no se resuelven. En España vivimos atrincherados en nuestras posturas, y señalamos como enemigo a quien no las comparte. No queremos escuchar". Lo dice José Mari Goenaga, coautor junto a sus socios Jon Garaño y Aitor Arregi de 'La trinchera infinita', que acaba de llegar a los cines semanas después de triunfar en el Festival de San Sebastián, -obtuvo los premios a la Mejor Dirección y al Mejor Guion-. Decidieron hacerla tras conocer la historia de Manuel Cortés, en su día alcalde de Mijas y quizás el más célebre de todos los topos; su casoaparece explicado en el libro imprescindible 'Los topos', de Jesús Torbado y Manuel Leguineche y en el documental de '30 años de oscuridad' (2011), de Manuel H. Martín. "Su historia nos llevó a conocer muchas otras, cada una más terrible que la anterior", explica Garaño. "Y decidimos concentrar en un único personaje las heridas de todos esos perseguidos".

Mientras observa a un hombre (Antonio de la Torre) que tras el estallido de la Guerra Civil se ve condenado al encierro doméstico en su propia casa, y contempla los daños que ello causa tanto en él como en su esposa (Belén Cuesta), la película "intenta usar un tema tan grande como la posguerra para plantear algo más universal", aseguran los cineastas vascos, que ya gozaron de éxito incontestable gracias a sus dos películas inmediatamente previas, 'Loreak' (2014) y 'Handia' (2017). Según Arregi, "se trata de explorar los mecanismos del miedo, no solo aquel derivado de la ideología sino también los miedos a salir del armario o dejar a tu pareja".

En todo caso, en tanto que retrato de una sociedad dividida en dos bandos y en la que las banderas y otros símbolos convierten en enemigos a vecinos acostumbrados a vivir puerta con puerta, 'La trinchera infinita' es una obra profundamente política, y está dotada de una urgencia que los cineastas reconocen aunque no buscaron deliberadamente. "Hay quienes dicen que se hacen demasiadas películas sobre la Guerra Civil, pero hacen falta muchas más", opina Goenaga. "Solo demuestra que hay que hacer más películas de la guerra civil.Lo que está pasando hoy en España demuestra que las heridas siguen abiertas, y supurando. Aquellos que insisten en que no miremos atrás están impidiendo que lleguen a cerrarse".