Los mitos y la guerra siempre han atraído a Ridley Scott, pero sus fijaciones suelen traducirse a la pantalla de forma tan chillona como descerebrada. Igual que la despreciable 1492: la conquista del paraíso , Gladiator , El reino de los cielos o American Gangster , Robin Hood es un triunfo de vestuario y dirección artística --aunque, rodada en grises y marrones y atrapada entre sombras, es una de sus películas más feas--, mientras que los problemas económicos y los tumultos políticos que favorecieron la conversión de Robin Hood en quijote son pobremente trazados. Scott no muestra consideración por las protestas de los pobres, ni por los horrores infligidos sobre ellos por el ruin sheriff de Nottingham. Solo le importan la capacidad de Robin para encandilar al populacho con vacía retórica que iguala impuestos con esclavitud y celebrar cómo las flechas que dispara Robin pueden clavarse en su objetivo desde distancias olímpicas.

Y es que Robin Hood no es sino un genérico actioner medieval, que no solo parece utilizar los trajes y decorados de El reino de los cielos , sino también la misma fotografía nerviosa e inescrutable. Asimismo, imita la narrativa básica de Braveheart : un héroe lucha contra el poder gobernante y al servicio de la libertad del hombre. Se sitúa así en el extremo opuesto a Errol Flynn y otras encarnaciones del personaje, en tanto que evita situarse en terrenos fabulescos o legendarios en pos de un falso realismo tan fiel a la historia como Los caballeros de la mesa cuadrada. Así lo demuestra ese plagio embarazoso y anacrónico de la batalla en la playa que abre Salvar al soldado Ryan , todo imágenes incoherentes de caballos en estampida y armas que chocan. Lo único épico de Robin Hood es su desperdicio de talento y recursos.