Es una historia dura, pero a la vez tierna, como el flamenco". Así es como describe el escritor Montero Glez (Madrid, 1965) su última obra, Pistola y cuchillo (El Aleph/ Mario Muchnik). Un relato --ocupa 124 páginas-- más que una novela", admite, en el que el autor recoge las últimas caladas del entonces ya maltrecho Camarón de la Isla, apurando los cigarrillos con la misma intensidad que la vida. El encuentro con el novelista es en La Venta Vargas de San Fernando (Cádiz), en el llamado camarote de Camarón --un apartado repleto de fotos y dedicatorias del añorado revolucionario del cante. "Las morbosidades las he intentado evitar. Es un libro muy simbólico. El gallo mismo, tan protagonista, es un símbolo solar. Y en mi libro, simboliza la amistad".

De hecho, Glez se convierte en el libro en el entrenador de un gallo de peleas rubio (como el cantaor) llamado Ciclón y que en su día le dio Camarón para que le convirtiera en el mejor. "Aquí las peleas no están prohibidas y los gitanos tienen muchísima afición. Pero lo que me interesa es sacar a relucir el valor de la palabra dada, pues las apuestas se hacen sin papeles".

Y entre estas mismos cuatro paredes, según relata, se enfrentaron en su día Manolo Caracol y un jovencísimo Camarón. El primero, a modo de desaire, cuando el de la Isla acabó de cantar pidió cazalla dando a entender que no era tan bueno como se decía. En realidad, acababa de saber que delante suyo estaba el que ocuparía su trono.

Pistola y cuchillo fabula sobre episodios que no siempre son reales al cien por cien. Sí es cierto que se carteaba con su gran ídolo (el torero El Cordobés, aunque éste no supiera escribir...) Y curiosa es la historia en la que en un hotel de Barcelona, Camarón saca el magnetófono con el que siempre viajaba, pone una cinta de Las Grecas y corta el cable del televisor para empalmar los dos cacharros porque quiere "verles" cantar Te estoy amando locamente . Y como no lo logra, termina tirando la tele por la ventana. "En el libro esto lo narra Lolo Picardo, el que regenta La Venta Vargas y su gran amigo, pero en realidad con quien estaba en esa habitación era el mismísimo Bambino", asegura Glez.

Verdad y mentira son dos palabras que menciona constantemente, llenándolas y vaciándolas de significado. La verdad es que Glez, que durante años se dedicó a seguir a Camarón por toda España para no perderse ni un concierto, tan solo cruzó con él dos palabras: "Buenas noches". ¿Y qué le gustaría preguntarle si de repente pudiera entrevistarle? "Mmmm... ¿Tienes lumbre?", responde este también fumador empedernido.

"Julio Cortázar ha descrito a Charlie Parker como nadie y jamás se conocieron. Y ya lo dijo Onetti y yo lo repito de memoria: se puede mentir de muchas formas pero la más repugnante de todas es decir la verdad, toda la verdad, despojada de sentimientos, quitando el alma a los hechos, dejándolos vacíos, porque los hechos son tan solo recipientes que toman la forma del sentimiento que los llena".

¿Y a qué compás diría que se mueve su novela? "El ritmo es de martinete porque es la fragua; he ido a mi fragua interior, a ese rincón que todo escritor tiene oculto, para echarle fuego. Luego hay caídas sentimental de soleá, estoy hablando de un cante de fatiga. Y ya más adentro, voy barrenando por mineras. Los que más he escuchado también. Pero cuando José cuenta su revelador sueño --que relaciona con la mítica pieza La leyenda del tiempo -- lo hace por alegrías". No podía ser de otra forma. En el mismo libro recuerda cómo Camarón empezaba sus actuaciones: "Voy a cantar un poquito por alegrías y luego por to lo que ustedes quieran".