Bohemio correcaminos, chansonnier sobrevenido, cosmopolita avant la lettre , humanista rematado y pensador idealista y libertario con ánimo transcultural. Moustaki desarrolló, en sus 79 años de vida, interrumpidos la madrugada de ayer en Niza, una mirada global a la vida y al mundo que supo condensar en canciones como Le métèque, Ma solitude y Ma liberté . Músicas cuidadosas, balsámicas, reconfortantes, en las que se distinguían los trazos de su movida biografía y las capas de influencias culturales que absorbió con placer.

Siempre tuvimos problemas en colgarle una nacionalidad, incluso una adscripción cultural, a Georges Moustaki: nacido en Alejandría, Egipto (3 de mayo de 1934), de familia griega de Corfú, crecido en italiano por la influencia de una tía, estudiante de la escuela francesa... Y convertido en uno de los tantos protagonistas de la chanson con raíces foráneas, como Aznavour, Salvador o Reggiani. De su infancia y primera juventud recordaba la armonía con la que convivían distintas culturas en aquel enclave mediterráneo, y de ese ideal de convivencia hizo una bandera. Su padre regentaba una librería con simpatías francófonas, y creció descubriendo a Charles Trenet y Edith Piaf, asi que no fue raro que, a los 17 años, marchara a París para visitar a una hermana.

HONORES A BRASSENS Yussef Mustacchi se fue transformando, poco a poco, en Georges Moustaki. Con ese nombre rindió homenaje a Brassens, a quien vio actuar una noche en un cabaret de Pigalle, Les Trois Baudets. Comenzó a componer para Henri Salvador y en 1958, a través del guitarrista Henri Crolla, conoció a Edith Piaf, para quien escribió el texto de Milord en media hora sobre el mantel de papel de un bistrot . Su éxito le cotizó como autor, y sus creaciones fueron a parar a voces como Yves Montand, Colette Renard, Dalida y Barbara (La dame brune , que grabaron a dúo) mientras probaba suerte, con pocas consecuencias, como intérprete de sus canciones.

El Moustaki cantautor que conocemos se destapó en 1969 con Le métèque , retrato de un forastero, "judío errante, pastor griego", dispuesto a hacer "de cada día una eternidad de amor", que se parecía bastante a él. Sus canciones, repartidas hasta entonces en repertorios ajenos, comenzaron a mostrarse al gran público como una obra compacta. Audiencias como la barcelonesa, que le acogió por primera vez en 1971 en el Palau, contratado por Oriol Regàs después de que Paco Ibáñez insistiera a Moustaki en la conveniencia de cruzar los Pirineos. El repertorio, que incluía En Méditerranée ("la libertad ya no se dice / en español") inquietó a la censura y el cantautor no volvió hasta 1976.

Tras restablecer su vínculo emocional con la cultura griega (colaboraciones con Manos Hadjidakis), amplió el foco: a lo largo de los años 70 se alió con Astor Piazzolla (Le tango de demain ), cantó a la revolución de los claveles en Portugal (Fado tropical ),

con texto de Chico Buarque, y desarrolló su gusto por la música brasileña en piezas como Bahia. Inspirado en el gran país suramericano, adoptó, en adelante, para sus actuaciones un riguroso vestuario blanco, homenaje a las deidades afro.

Moustaki cantó a la introspección (Ma solitude), la naturaleza (Il y avait un jardin) y la denuncia revolucionaria (Marche de Sacco et Vanzetti, adaptación de Here's to you, de Joan Baez), y publicó discos con notable ritmo editorial hasta épocas recientes: su última obra fue Solitaire (2008), donde invitó a los jóvenes chansonniers Vincent Delerm y Cali. También alumbró Siete cuentos fronterizos, un libro de relatos sobre la convivencia de culturas en Oriente Medio. Su melodioso susurro siguió oyéndose con regularidad en nuestros escenarios, sobre todo en el Palau, y aunque se defendía bien en castellano, siempre se dirigía en francés a un público, por lo general, de edad madura. La última vez fue en el 2009, cuando los problemas respiratorios que ya sufría le impidieron interpretar más que tres canciones, Quand j'étais un voyou, En Méditerranée y Le métèque, con esfuerzo y generosidad. Su último regalo.