Estoy convencida de que el documentalista es mucho más libre que el cineasta de ficción, y por eso, por el carácter libertario que me ha acompañado desde niña, quise ser documentalista. Son palabras de la italiana Cecilia Mangini, documentalista pionera y una de las mujeres cineastas más importantes de la historia. Autora de un puñado de largometrajes y alrededor de 40 cortos, desde finales de la década de los 50 se dedicó a retratar la compleja transición de su país -que dejaba atrás con lentitud el fascismo y afrontaba abrumado las rápidas transformaciones impuestas por el boom económico-, a menudo dirigiendo su mirada a los desfavorecidosdel sur de Italia y en concreto de los de su Apulia natal. Mangini es ahora objeto de una completa retrospectiva por parte del Festival de Sevilla, que además de recopilar su obra documental también testimonia su trabajo como fotógrafa en la exposición virtual Treinta y seis disparos.

Desde el principio, sus películas fueron abiertamente políticas y de izquierdas; la primera de ellas, Ignoti alla Città (1958), capturaba el descontento de los jóvenes en la Roma de posguerra en base a la novela Ragazzi di vita, de Pier Paolo Pasolini. Mangini se puso en contacto con el futuro cineasta para proponerle que redactara la narración del documental y, para su sorpresa, él aceptó; aquel fue el inicio de fructífera asociación artística que, entre otros frutos, dio dos películas más: Stendali: Suonano ancora (1960) y La canta delle marane (1962) ambas centradas en las circunstancias de quienes vivían al margen. Desde el momento en que mostramos el verdadero estado actual en el que se encuentra un país, los documentalistas molestamos, reconoció la directora hace tres años durante una visita a Madrid. Y está bien que despertemos el recelo de los políticos, porque eso nos hace más combativos.

AFÁN ANTIAUTORITARIO

El espíritu contestatario de Mangini queda especialmente claro en los que quizá sean los dos títulos esenciales de su filmografía. El primero de ellos es Allarmi, siam fascisti (1962) -una de las películas que escribió y dirigió junto a su marido, Lino del Fra, fallecido en 1997-, en el que recorrió el ascenso y la caída del fascismo en Europa, y con el que molestó a los censores de su país lo suficiente como para que su exhibición fuera prohibida durante más de un año. El otro, Essere Donne (1965), es una denuncia de las condiciones de vida de las mujeres en Italia que mantiene intacta su vigencia más de cinco décadas después, tanto por su denuncia de la discriminación como por la sorprendente modernidad de su lenguaje narrativo. También boicoteada por las autoridades a pesar de que la crítica internacional la consideró una obra maestra, la película se considera una referencia esencial del cine feminista.

Essere Donne es uno de los grandes atractivos de la retrospectiva sevillana; el otro es Due scatole dimenticate, documental codirigido con Paolo Pisanelli que Mangini ha estrenado este mismo año -sí, a los 93-. La película nació de un reportaje fotográfico que realizó junto a Del Fraentre 1965 y 1966 en el Vietnam del Norte devastado por la guerra, visitando ciudades, puertos, refugios, trincheras y arrozales hasta que las autoridades de Hanoi los obligaron a dejar el país. La pareja tenía previsto hacer una película sobre aquel viaje, pero el proyecto quedó en suspenso hasta que, hace unos años, ella redescubrió dos cajas de negativos en una estantería de su apartamento de Roma. En un momento de su metraje, Mangini articula algo parecido a un autorretrato: "Dicen que soy valiente, que soy una chapucera, que soy una persona que nunca se cansa de pensar en las cosas. Yo, ¿qué puedo decir verdaderamente sobre mí misma? Pues que nací el 31 de julio de 1927, y que todavía vivo. Básicamente, eso es todo".