Mis conceptos de amistad, de lealtad, de dignidad, amor y honor los debo a tres mosqueteros que intentaban salvar a una reina que andaba por ahí poniéndole los cuernos a su marido y a un señor que se dejó ahorcar sin haber hecho nada que lo mereciera. Entre mis personajes favoritos están un misógino borracho, un león que es un dios y otro dios que siembra el caos, un lobo viejo que no puede dirigir una manada, una pantera que conoció el dolor que pueden infligir los hombres y un hobbit apellidado Brandigamo. También hay un par de superhéroes, una niña de seis años cuyo padre es abogado, un hombre al que meten en una cárcel y pasa media vida planeando una venganza y un chaval sin madre al que la tía Polly no le deja jurar.

Pero es que las palabras sirven para esas cosas, Tom, y si a mí me quitan las palabras...

Yo lloré con ese párrafo que no ocupa ni dos líneas. También cuando Tyrion le dice a Bran que lea. Y me he roto por la mitad delante de una viñeta en la que un chico está delante de una casa que habitó: busco aquí una vida que dejé. Me sé el Londres del XIX y el mar de los Sargazos de memoria. Aprendí a escuchar con Momo y Don Quijote, ese señor que no era un loco ni era un tonto en el que Cervantes metió toda la teoría literaria del mundo siglos antes de que se hablara de la estética de la recepción: de cómo el lector construye los libros que va leyendo conforme a su vida, sus otras lecturas y sus expectativas. Me contó más cosas: sobre todo, me habló de la búsqueda, de la ironía, de todas las ilusiones que hay que preservar para conservar cierto grado de cordura y de cómo la amistad es capaz de transformar a los amigos.

Lo escribió Twain también cuando creó a Huckleberry Finn y a Tom Sawyer. He recorrido con esos dos las orillas del Mississippi más veces de las que puedo recordar. Nunca he estado allí, pero no importa. Hay ciertas cosas que no han importado jamás.

En la infancia y más tarde

Mis primeros recuerdos están asociados a los libros. A los nombres que había en casa: Zweig, Goethe, Ovidio, du Maurier, Steinbeck. A mi padre entrando en la habitación para apagarme la luz y quitarme las gafas, porque me había quedado dormida leyendo. A mi hermano mayor, a los siete años, compartiendo conmigo La historia interminable , que nos leímos los dos a la vez, todas las mañanas. A mi madre, que no pudo estudiar una carrera pero te puede hacer una tesis sobre Faulkner en dos minutos y sin respirar. Porque leer te desclasa, pero eso lo aprendí más tarde.

Lo que te da la lectura lo aprendí más tarde: la capacidad de asociación, el convencimiento de que no tienes ni idea de nada, de que vas a leer siempre contra el tiempo y de que te morirás antes de que un sinfín de libros más puedan salvarte la vida, cierta manera amplia de mirar el mundo, todas las reservas ante el hecho de opinar de lo que no sabes; encontrar que hubo gente que vivió cuatro o cinco siglos antes, veinte años antes, en otros países y en otras culturas que lo único que hizo fue hablar de ti. Eso lo aprendí más tarde. Mucho más tarde.

Nadie lee para encontrar la sabiduría, si es que existe tal cosa. Ni para exhibir conocimientos (de libros, generalmente, no se habla con nadie, a no ser que uno sea escritor --que no es el caso--). Si acaso, para hallar luz, algún manual de algún tema que le interese en algún momento de su vida: la cría del ornitorrinco, cómo restaurar un mueble, sea más feliz en diez minutos. Ni siquiera para comprenderse, aunque lo cierto es que (y esto lo dijo Dickens) es un hecho extraño y digno de admiración que cualquier persona, desde el monarca hasta el esclavo, esté constituido de tal modo que siempre haya de ser un secreto y un misterio para cualquiera de sus semejantes. Por esta razón se escribe: para salir limpios del fango, para entender qué pasa. Pero no se lee.

Se lee por una sola razón.

Es condenadamente divertido.

P.S.: Y ustedes dirán: ¿hoy no hay agenda? Sí: parte de ella está aquí abajo. La otra parte, en este periódico todos los días.

La agenda

Concierto homenaje a Cervantes. Coro Amadeus de Puebla de la Calzada. Viernes, 22. 19.30 horas. Real Monasterio de Yuste.

Presentación del poemario Judith Rico y otras pastillas. Viernes, 22 de abril. 20.00 horas. Librería La puerta de Tannhäuser (Plasencia).

LeTour1987 en la librería Tusitala (Badajoz). Viernes, 22 de abril a partir de las 20.00 horas Luego, Jesús Gordillo presentará su novela Los agujeros de las termitas.

Feria del Libro de Cáceres: esta semana presentan libro Susana Martín Gijón, Manuel Neila, Inés Pedrosa, Alicia Giménez Bartlett y Blue Jeans. Es en el paseo de Cánovas.

Presentación de la novela La dama de Saigón, de José Luis Gil Soto. Viernes, 22 de abril. 20.30 horas. Biblioteca Municipal de Montijo.

¡Chimpón! Panfleto post mortem, de Olga Margallo con los actores Juan Margallo y Petra Martínez. Viernes, 22 de abril. 21.00 horas. Sala Trajano (Mérida). Es una obra deliciosamente divertida y de una ironía maravillosa. No se la pierdan: ni el diálogo posterior con el público tampoco. Impagables, los dos.