Salvo sorpresa mayúscula, hay dos Oscar que parecen decididos de antemano: por un lado, el de mejor película de animación (Toy Story 3 ); por el otro, el de mejor actor de reparto para Christian Bale. El trabajo que hace el actor galés en The fighter es simplemente colosal. Camaleónico como siempre, Bale se mete en la piel del exboxeador Dickie Eklund, un adicto al crack que intentará reverdecer laureles entrenando a su hermano Micky (Mark Walhberg). El filme, dirigido por David O. Russell (Tres reyes , Extrañas coincidencias ), está inspirado en hechos reales, pero Bale trasciende la propia realidad para ofrecer uno de los mejores trabajos de su brillante carrera.

--Al final de la película, vemos al hombre real en el que está basado su personaje y hay que decir que no exageró usted en nada. ¿Pasó tiempo con él preparando el papel? --Si, Dickie es un tipo muy peculiar y muy divertido. Al principio no entendía nada de lo que me decía. Tenía su propio vocabulario. Pero al final congeniamos bastante. Pasé mucho tiempo con él, visitando todas las casas donde solía reunirse con sus colegas para consumir crack. Por la calle, todo el mundo le saludaba: drogadictos, pandilleros, hasta el barbero de la esquina. Igual que en la primera escena de la película, esos éramos Dickie y yo caminando por la calle. Llegamos a crear nuestro propio vocabulario que nadie entendía (risas). David (O´Russell, el director) me dijo que no fuera tan lejos, porque iban a tener que subtitular la película.

--Una vez más le vemos demacrado y en una condición física muy precaria. ¿Era esencial llegar a eso para su personaje? --Sí, era muy importante porque tanto él como Mickey (el hermano de Dickie, papel que interpreta Mark Walhberg) boxeaban en la categoría de pesos welter. Es decir, pesaban alrededor de 61 kilos. No quise obsesionarme con el peso porque era imposible que, con mi constitución física, yo llegara a ese peso tan bajo y fuera capaz de moverme y boxear. Pero a través del entrenamiento físico y las prácticas de boxeo conseguí estar en forma física y adelgazar lo bastante como para estar creíble sin arriesgar mi salud. Además, tenía que interpretar a Dickie en sus peores momentos, cuando estaba metido de lleno en el crack; y luego más tarde, una vez rehabilitado, fuera de la cárcel, ya limpio. Gracias al maquillaje y al lenguaje corporal pude compatibilizar ambas cosas.

--¿Cómo reaccionó Dickie cuando vio su trabajo? --No me dio un puñetazo, si eso es lo que quiere saber (risas). Vimos la película juntos y estuvo muy tranquilo, aunque imagino que fue difícil para él. No le culpo. No debe de ser nada fácil para nadie ver su vida retratada en el cine. Yo fui sincero con él desde el principio: le dije que íbamos a mostrar cosas que tal vez no le gustaría que se vieran en la pantalla, pero que eran parte de su historia. Lo que más le preocupaba era la imagen que se pudiera dar en el filme de su madre y sus hermanas. Quería que les hiciéramos justicia, porque está muy apegado a ellas.

--Dice que no quiere obsesionarse con la apariencia física. Pero, se conoce su obsesión a la hora de preparar un papel... --Yo no lo llamaría obsesión, sino más bien querer dar lo mejor de mí. Tener un propósito en la vida y enfocar todo tu talento y energía en ello es muy importante. Eso te hace sentirte realizado como ser humano.

--¿Su vida sería interesante como para hacer una película? --Creo que un buen director podría hacer una buena película de la vida de cualquiera, porque el ser humano es muy complejo, está lleno de matices y sutilezas que le hacen interesante. Todos tenemos contradicciones y un lado oscuro que procuramos no mostrar en público, pero que nos hace ser como somos.