Lamentarse por el hecho de que Roma no ganara el Oscar a la mejor película en realidad no merece la pena. Más que nada porque su autor, Alfonso Cuarón, posaba al final de la velada frente a los fotógrafos agarrando como podía tres estatuillas de las que -simbólicamente- más pesan: mejor director, mejor fotografía y mejor película de habla no inglesa. Pero habría tenido sentido que también se llevara la más importante de todas; y no solo porque Roma es mil quinientas veces mejor que Green book, o porque ese premio quizá habría contribuido a facilitar el necesario armisticio entre Netflix y el resto del mundo cinematográfico.

No, habría tenido sentido sobre todo porque, en última instancia, significaría para la trayectoria profesional del mexicano lo que Roma significa para su filmografía: algo así como una culminación. Y es que, pese a que Cuarón nunca ha hecho la misma película dos veces, en la octava de su carrera han resultado converger muchas de las inquietudes temáticas y formales que hasta ahora permanecían dispersas a lo largo de su obra previa.

Varias son, de entrada, las conexiones de Roma con Sólo con tu pareja (1991) y Y tu mamá también (2001), los otros dos largometrajes que el director rodó en su país. En ambas tomó odiseas íntimas y las insertó enmarcó con las zozobras sociales y económicas de su lugar y su tiempo. Y, aunque ninguna de esas dos películas previas estaba protagonizada por una mujer, también ellas hablaban de los efectos de la masculinidad más tóxica.

Sobre el papel, resulta algo más difícil conectar Roma con Hijos de los hombres (2006) y Gravity (2013), que al fin y al cabo eran historias de género ambientadas una en el futuro y la otra en el espacio. Sin embargo, más aún que su dominio absoluto del lenguaje cinematográfico, lo que Cuarón dejó claro con ellas es que su atención como cineasta está más centrada siempre en el elemento humano. Los protagonistas de ambas, de hecho, no son tan distintos de Cleo, la joven que ocupa el centro de Roma: todos ellos son héroes reticentes, que pasan la vida sorteando obstáculos y que sobreviven.

Gravity, recordemos, ingresó 700 millones de dólares. Después de lograr un éxito así, la mayoría de directores habrían intentado hacer otra película que ingresara al menos 900. Cuarón, en cambio, decidió hacer la que necesitaba hacer; una de 135 minutos, en blanco y negro, hablada en parte en español y en parte en mixteca y cuyo personaje principal es una criada tendente al silencio. «Es mi obra más esencial, La primera en la que he sido capaz de transmitir realmente lo que quería», ha afirmado. Él es el cineasta del 2018, y no habrá estatuilla de más o estatuilla de menos que cambie eso.