La mezcla única de éxtasis y terror que la idea del espacio exterior invariablemente nos provoca es producto de la ficción porque nadie (o casi) conoce el lugar de primera mano. Se la atribuimos principalmente a 2001: Una odisea del espacio (1968) y la versión original de Star Trek (1966-69), dos clásicos tan distintos entre sí y a la vez tan influyentes ambos sobre los retratos posteriores que el cine y la televisión han ofrecido del Allí Arriba. Sin embargo, ambos le deben buena parte de su personalidad a otro, que pasó más de medio siglo en la más absoluta (o casi) oscuridad y sigue abriéndose paso hacia su justo lugar en el canon. De hecho, su estreno comercial en España no fue más que un paso de puntillas por un par de cines de Madrid y Barcelona en 2017. Ahora, la Ikarie XB 1 vuelve a nuestro país incorporada al catálogo de la plataforma Filmin.

Basada en uno de los libros menos conocidos del polaco Stanislaw Lem, La nube de Magallanes, la película, rodada en 1963, transcurre en el año 2163 a bordo de una nave cuya misión es localizar vida extraterrestre, y cuyos tripulantes se ven enfrentados a planetas desconocidos, colapsos mentales y estrellas radioactivas, entre otros misterios. La dirigió Jindrich Polák, y fue diseñada en sintonía con la propaganda prosoviética que los países del bloque comunista producían en la época, basada en valores como el bien común y el rechazo de la avaricia y el individualismo.

La gran baza de Ikarie XB 1, en todo caso, no está en su argumento ni en su actitud política sino sobre todo en su carga atmosférica. Rodada en un blanco y negro plateado e ilustrada con unos efectos sonoros y una música electrónica pioneros, combina escenas cotidianas de tedio y episodios de ocio colectivo con momentos rotundamente tensos e imágenes de espacios ominosos y claustrofóbicos.

En ella no hay rastro de criaturas monstruosas ni batallas con rayos láser, ni superficies planetarias desérticas o exóticas, ni escuadrones de vistosos platillos volantes. En otras palabras, la película hace gala de una notable falta de interés en las supuestas idiosincrasias del cosmos; prefiere funcionar como deconstrucción psicológica de los peligros vinculados a la soledad y los viajes espaciales y manejar ideas sobre la vida y la muerte. Eso explica que, aunque no renuncia al camp -la secuencia de baile debe verse para creerse-, en líneas generales exhiba un retrofuturismo minimalista y elegante similar al que 2001 convirtió después en estándar.

Pero el ascendiente de Ikarie XB 1, decimos, va mucho más allá; cualquier aficionado a la ciencia-ficción encontrará en su metraje elementos temáticos, formales y argumentales posteriormente popularizados por otros títulos.

La famosa obra maestra de Stanley Kubrick no solo repescó de ella las ambiciones filosóficas y existenciales -también presentes en el filme de Andréi Tarkovski, Solaris (1972), otra adaptación a la pantalla de la prosa de Lem-; sus imágenes finales, en las que un astronauta se transforma en un bebé espacial, conectan con las alusiones explícitas a la concepción y el renacer del filme de Polák.

El otro HAL-9000

La película incluye una computadora precursora de HAL-9000. Alien, el octavo pasajero (1979) retrató a sus astronautas protagonistas como hombres y mujeres ordinarios que mantienen conversaciones triviales mientras trabajan o cena, pero eso ya lo había hecho antes Ikarie XB 1. Y quien compare la película checa con Sunshine (2007) necesitará más de un folio para listar todas las similitudes. No menos relevantes, son los préstamos tomados por Gene Roddenberry, creador de Star Trek. Solo unos pocos años antes, Ikarie XB 1 ideó una tripulación espacial mixta e internacional, y en la que las mujeres no eran meros floreros. Además, también como la mítica serie, acarreaba un mensaje definitivamente humanista y bañado de optimismo; comprendió antes que la mayoría de ficciones espaciales las posibilidades infinitas de los viajes interestelares, y su valor como ejemplos del deseo de explorar y descubrir en busca de un fin más alto.