Esta es una columna gastronómica. Hablemos de la placenta.

Todo comenzó con las declaraciones del actor Tom Cruise a la revista GQ antes del nacimiento de su hija Suri (¿diminutivo de surimi, la gula del Norte?). "Me voy a comer la placenta. Pienso que será bueno. Muy nutritivo. Me comeré el cordón y la placenta ahí mismo". Lo llamativo es que habla del órgano humano como si fuese un chuletón de vaca. Hay una cierta delectación en la frase. Parecen las palabras de un tipo hambriento, con el cuchillo y el tenedor a punto.

Dejemos a ginecólogos, parturientas y comadronas el debate de si es común o extraordinaria la práctica placentera (¡qué equívoco es el lenguaje!). Lo desconcertante es que la víscera se la coma él y no la esforzada madre. Se supone que, al margen de ciertos ritos, algunas mujeres ingieren la entraña para recuperar nutrientes. ¿Qué sentido tiene que el descansado Tom dispute el filete a la silenciosa Katie Holmes? Parecía más considerado.

Siempre dispuestos a auxiliar al prójimo, los norteamericanos, a través de Sportsinteraction.com, le sugieren a Tom de qué modo preparar la pieza. Se nota que la lista de elaboraciones no ha sido sugerida por gourmets. Cruda (¿carpaccio o sashimi?), en tortilla, lasaña, con ajo, patatas fritas... ¡Por favor! Un poco de respeto a los chefs vanguardistas. ¿Cocinada a baja temperatura, sometida al nitrógeno líquido, destilada, liofilizada, esferificada? ¡Seamos creativos!

¿Y el cordón umbilical? ¿Qué es eso de llevárselo a la boca? ¿Cómo vamos a dejar sin negocio a los bancos que los almacenan como seguro, o no, de vida? ¡Derrochadores!