Solo las colecciones de grandes artistas como Rubens, Bernini, Velázquez y Mengs han sido estudiadas en profundidad. Sin embargo, otros artistas reunieron algunas de las colecciones "más importantes de su tiempo". Con estas palabras ha introducido este jueves Ana Diéguez-Rodríguez, directora del Instituto Moll-Centro de Investigación de Pintura Flamenca, el congreso internacional Los artistas como coleccionistas: modelos y variantes. Desde la Edad Moderna al siglo XIX, organizado por el Instituto Moll y la Fundación Universitaria Española y celebrado en la sede madrileña de esta. Una reunión científica en la que participan investigadores procedentes de toda España, EEUU, el Reino Unido, Bélgica, República Checa y Polonia, y que permite vislumbrar la relevancia que estas colecciones, tanto de obras y objetos artísticos como de libros, tuvieron en aquellos creadores que las reunieron y, también, en sus discípulos y seguidores.

El enfoque del congreso resulta, en cierta manera, disruptivo, toda vez que la Historia del Arte ha puesto el acento, tradicionalmente, en las colecciones reunidas por las casas reales y la nobleza, sin prestar demasiada atención a las que atesoraron los artistas, salvo en casos muy concretos como los reseñados por Diéguez, codirectora del congreso junto a Ángel Rodríguez Rebollo. Pero esta innovadora orientación se revela, tras la primera de las dos jornadas de la cita, como una fuente ingente de conocimiento sobre los propios artistas y la manera en la que se transmiten determinadas variantes iconográficas y estéticas.

Alfonso R. G. de Ceballos, académico de San Fernando y patrono de la Fundación Universitaria Española, ha perfilado el potencial de este enfoque ya en la conferencia marco, que ha dedicado a una figura mayor del arte español: Alonso Cano. Durante la ponencia, Ceballos ha revelado como el versátil «Miguel Ángel español» adquirió gran cantidad de dibujos y estampas, en muchos casos en las almonedas de artistas fallecidos, como Francisco López Caro, condiscípulo suyo y de Diego Velázquez en el taller de Francisco Pacheco. Pero lo más relevante es que Cano usaba posteriormente estas imágenes como inspiración para sus propias obras, como sucede sin ir más lejos con su soberbia Virgen con el niño, que se conserva en el Museo del Prado, y cuya composición remite a una estampa de Durero. «Cano nunca debió pintar, y quizá menos esculpir, sin usar estampas. Fecundaba así su fantasía para que pudiese dar a luz su propia obra», ha precisado Ceballos.

DISPERSIÓN

Siguiendo la estela marcada por Ceballos, los diferentes ponentes de la primera jornada han desgranado la influencia de esta vocación coleccionista en artistas como Vicente Carducho y en movimientos como los prerrafaelitas, además de explicar la extraordinaria dispersión que alcanzaron algunas de esas colecciones. Es el caso, por ejemplo, del formidable conjunto reunido por Francisco Solís, cuyos fondos acabaron nutriendo los fondos de relevantes instituciones tanto nacionales como extranjeras.

Lamentablemente, buena parte de estas colecciones no llegó hasta nuestros días. Un grupo importante de los dibujos reunidos por Solís acabó en manos de Gaspar Melchor de Jovellanos, quien posteriormente los legó a su amado Real Instituto Asturiano de Náutica y Minerología. Allí permanecieron hasta que, en la Guerra Civil, fueron prácticamente destruidos, quedando solo unas fotos que dan muestra de su riqueza. Por su parte, Alonso Cano dejó el grueso de su colección en Valencia, donde se refugió tras ser acusado del asesinato de su esposa.