No era una extensión de tierra baldía ni era algo oscuro ni algo claro ni algo definible, porque era la Nada. En La historia interminable, Michael Ende nos legó, cuando éramos niños, la imposibilidad de imaginar algo, el esfuerzo por pensar en lo que no es. En la España que emigra, del campo a las ciudades, de las ciudades a otras ciudades, quedan edificios sin gente, casas abandonadas, aulas que se cierran, centros de salud sin médicos. Jorge Díez Acón, el comisario de Cáceres Abierto, encomendó a los artistas que se inspiraran en dos libros: La España vacía, de Sergio del Molino y uno clásico, La era del vacío, de Gilles Lipovetsky, que no habla de éxodos, sino de la apatía, la deserción, la indiferencia, el narcisismo, el derrumbe de la vanguardia, el individualismo.

El hartazgo. Del mundo y la gente, las cosas, las ideas, las palabras y las imágenes. El hartazgo sin más. La necesidad de romper con todo y de marcharse. La conciencia real de no estar haciendo nada con tu vida, de que si ahondas un poco no encontrarás clase alguna de redención y la necesidad de comenzar a buscar adentro de uno mismo si es que hay algo. Quién eres, de dónde vienes, a dónde vas. En qué basas tu espiritualidad. Si puedes admitir que exista un cierto tipo de espiritualidad, y de qué clase, aunque seas ateo. El desierto. Un desierto grande y espantoso, de serpientes ardientes y de escorpiones donde ningún agua había, dice el Deuteronomio. El desierto y el silencio: los grandes sustratos de las Escrituras.

De todo eso también hablaba Vapor, de Max. Así comenzaba una reseña que escribí y que, por azares de la vida, me pidió él mismo para una muestra que hacían en la Biblioteca Nacional argentina. En el correo aparecía ‘Francesc Capdevila’ y yo solo conozco a un Francesc Capdevila en este mundo. Max estará en Cáceres Abierto, mañana sábado, en una mesa redonda sobre arte y cómic, en la que participan también Fermín Solís y Laura Pérez Vernetti. Será a las seis de la tarde en la Biblioteca Pública de Cáceres.

Conozco poca gente que tenga tantísimas referencias culturales por página como este hombre: Rey Carbón comenzaba con un hilo, que podría ser de Ariadna, pero también lo era de esa leyenda de Plinio el Viejo sobre el origen de las artes. Kora, hija de Butades, se enamora de un joven que se marcha a la guerra al día siguiente y, con un carboncillo, pinta la sombra de su amado en una pared. Butades la cubre con una capa de arcilla y nace la escultura... Y de ahí a todas las artes llegamos a la novena, que es el cómic y que comenzó a ocupar por derecho propio los museos. De hecho, Max dibujó El tríptico de los encantados para El Prado, sobre El Bosco. Su subtítulo era Una pantomima bosquiana. En sus obras podemos encontrar referencias al arte oriental, a Blade Runner, al Ulises Lima de Bolaño, a Kafka, toda la metafísica que puedan imaginar, toda la cultura judeocristiana en la que crecemos, pero también y sobre todo, mucho humor. El humor ancla. Sin humor no somos.

Las historietas pueden insertarse con naturalidad en los espacios del arte contemporáneo y también en el de la literatura y la poesía, como han demostrado Laura Pérez Vernetti, que también es una enorme renovadora del lenguaje y que afirma (con sabiduría) que ella no es cursi, gracias al cielo, porque ser cursi «implica una falta de rigor artístico». Pérez Vernetti es erótica, sí, y no hace pornografía burda porque el cuerpo y la unión entre dos cuerpos merecen un respeto, pero también sabe ser feísta cuando habla de desheredados y pobres de la Tierra, de marginalidades, porque cada relato exige unas técnicas y unos modos de hacer distintos y publica ahora en Luces de Gálibo, que es la editorial de Ferrán Fernández, ese señor que me traía galletas en todos los Centrifugados y que tiene un gusto exquisito para las portadas y para los textos que aparecerán dentro. Pocos se hubieran atrevido con La huelga general, de Jack London, teniendo La llamada de la selva o Colmillo blanco.

Que el cómic es arte no da lugar ya a ninguna discusión. Que sirve también para crear otras obras de arte tampoco. Así ha sucedido con Buñuel en el laberinto de las tortugas, que se estrena hoy en toda España: no la busquen en Badajoz ni en Cáceres. No está. Sí en Mérida, donde casi 350 personas la vimos el día del preestreno, el pasado miércoles, y lloramos y nos reímos y aplaudimos, porque es una película maravillosa que nos muestra cómo Luis Buñuel llegó a Las Hurdes siendo Buñuel y salió siendo Luis, como dice Fermín Solís, el autor del cómic en que se basa la película y que publicó en un primer momento la Editora Regional de Extremadura y que ahora disfruta de una segunda vida en color gracias a Reservoir Books.

Qué vergüenza da que una película de calidad, de muchísima calidad, basada en la historieta de un extremeño, producida por una compañía extremeña, doblada también por actores extremeños, no se pueda ver en las dos capitales de provincia de Extremadura. Hacer patria era esto, señores, y era fácil.