Comenzar es un verbo imprescindible. La ilusión del comienzo abre puertas, funda caminos y revive almas muertas. Lo supo Miguel Angel Buonarroti después de dar las primeras pinceladas a la bóveda de la Capilla Sixtina; y Neil Armstrong justo antes de poner su pie izquierdo en la Luna; y Rigoberta Mentxú la primera vez que vio a un indígena guatemalteco rebelarse contra la opresión y el hambre. Comenzar es un verbo necesario para contrarrestar todo lo que termina, todo lo que se agota y nos agota, todo lo que nos encorseta en fórmulas arcaicas y en rutinas inútiles.

NINGUN proyecto, ninguna expectativa, ningún ideal humano sería posible sin su comienzo: comenzar el día, comenzar un sueño, comenzar un viaje o comenzar una historia de amor. Todos los destinos se afrontan con un primer paso y todas las grandes obras nacen, inevitablemente, desde un primer impulso.

Comenzar pone voz al susurro y eco a la voz. Comenzar tiene alas para volar alto y aletas para nadar profundo. Comenzar nos redime de todo lo olvidado, de todo lo obligado, de todo lo acatado. Lo supo Alvar Núñez Cabeza de Vaca antes de embarcar en Sanlúcar de Barrameda en busca de la Fuente de la Eterna Juventud; y Charles Chaplin mientras daba forma definitiva al guión de El gran dictador; y Miguel Induráin con la primera pedalada de su primer Tour de Francia.

COMENZAR nos interroga y nos convierte en interrogación para otros. Comenzar nos acerca al asombro, a la duda y a la capacidad de elección, tres rasgos esenciales de todo ser libre. En un mundo donde cada vez es más común que se identifique al individuo con una cifra anónima, con un perfil hermético y comparable a otros perfiles, con un animal dócil, mediatizado y controlable, el comienzo es un deber y un derecho de toda persona para no enfermar de miedo, de sinrazón o de tristeza, para no morir de límites impuestos por terceros: realidades que nos son impropias desde el momento que nacemos y crecemos con las admirables capacidades de amar, pensar y crear.

COMENZAR convierte en acto la idea y en actitud el sentimiento. Comenzar es una suma de colores, olores y sabores que sólo merece quien los comparte. Comenzar es adentrarse en lo que aún no es, en lo que aún no existe, tan sólo en nuestra mente, en nuestra imaginación, en nuestro poder de concebir irreales con los que transformar el mundo. Lo supo Nina Simone</b> al acariciar por primera vez las teclas de un piano; y los hermanos Wright</b> la tarde que decidieron poner alas a su bicicleta; y Albert Einstein</b> desde los cálculos inaugurales que culminarían en su Teoría de la Relatividad. Todo comienzo es sinónimo de inicio, de emprendimiento y de tentativa, pero también debería serlo de sabiduría, de imaginación y de originalidad.

NECESITAMOS más comienzos para no envejecer, ni como individuos ni como sociedad. Necesitamos más comienzos para recordar la importancia de sentir nuevas esperanzas, nuevas alegrías y nuevas verdades: aquellas primeras experiencias de nuestra infancia o juventud, puras e irrepetibles. Que cada cual atienda a sus motivos y a sus comienzos más íntimos. Que cada cual asuma su parte responsable en el comienzo o no comienzo de otros. Es necesaria una mirada renovada hacia lo que somos y, con mayor urgencia, hacia lo que nos hace ser. Es necesaria una fe superior en nosotros mismos para comenzar y comenzarnos.

EL COMIENZO es un presente con alma de futuro: comenzar la semana, comenzar un trabajo, comenzar un aprendizaje o comenzar una revolución. El día menos pensado puede ser hoy. El día más deseado puede ser hoy. El mañana siempre será tarde. El mañana, sin un comienzo previo, no existirá nunca.