En El día de mañana , Ignacio Martínez de Pisón (Zaragoza, 1960) aborda los días de la inacabable transición (iniciada a finales de los 60 y prolongada hasta entrados los 80), para culminar una novela mayor, sin duda entre sus más felices consecuciones.

Pisón opta por usar un caso paradigmático como lente endoscópica con la que recorrer los órganos internos de la sociedad del periodo, desde los inmigrantes inermes a los agentes de la Brigada Político Social, de la acomodaticia burguesía catalana al izquierdismo insumiso de la universidad, desde el esnobismo de la gauche divine frecuentadora de Bocaccio hasta los siniestros perros de presa de la ultraderecha. No faltan el sexo desculpabilizado ni las drogas ni la vida en comuna ni el teatro protestatario, ni siquiera la moda de la parapsicología y las ciencias ocultas.

El guía de todo este parque temático de la transición se llama Justo Gil, llegó a Barcelona desde el agro aragonés y peleó por abrirse camino hasta que su mal hado (y su debilidad) lo convirtió en confidente policial, el Rata.

El es el foco de la novela y su protagonista ausente porque su periplo vital, desde el "mozo de buen corazón" hasta el criminal cómplice de la violencia de Fuerza Joven, está contado mediante los testimonios, sucesivos y alternos, de quienes tuvieron trato con él en algún momento.

Esta solución técnica dota a la novela de una pluralidad de voces que son también perspectivas distintas sobre un mismo tiempo histórico evocado desde "el día de mañana", o sea hoy, lo que proporciona una reconstrucción poliédrica de la sociedad turbulenta de los 70.

MULTIPLES PERSPECTIVAS Justo no podía tener voz en esa polifonía que Pisón orquesta y por eso sabemos de él solo lo que otros recuerdan.

Concebido, así, como enigma (¿quién era el Rata, cuáles fueron sus porqués?), Justo es descifrado desde múltiples perspectivas cuya suma desafía la imagen monocromo del traidor (sin absolverlo), dibujando la silueta de un verdugo que fue reo, de un infeliz que, instrumentalizado por una policía abyecta, creyó ingenuamente en la redención personal.