«La crónica es aquello que ya no se publica», definía hace algunos años el gran periodista argentino Martín Caparrós. Sea esto o no una exageración, lo cierto es que los cronistas latinoamericanos acostumbraron a dar sopas con honda al periodismo español, que tampoco tiene tantos espacios para explayarse. Entre las cronistas argentinas, y con el permiso de Leila Guerriero, tiene un lugar especial María Moreno, de quien Random House publica dos libros fundamentales para conocerla, Panfleto. Erótica y feminismo y Un banco a la sombra, que marcan dos de sus dos líneas narrativas: la crónica feminista y una mirada divertida a la cotidianidad inmediata y quizá nimia.

Partidaria de la literatura, a Moreno le preocupa muy poco si Ryszard Kapuszinski habló o no directamente con una fuente si el resultado supone «el mejor y más verdadero relato sobre África jamás hecho». Eso no quiere decir que Moreno no se haya pateado las geografías de las que habla, pero no le importa confesar las excepciones del pasado como haber escrito una crónica sobre Venecia sin haberla pisado.

A Moreno, que hoy tiene 72 años, la ficharon para trabajar en revistas argentinas que querían transitar por el modelo literario de Newsweek. Ella empezó en un momento especialmente duro que la relegó a las páginas femeninas en un terreno que no parecía importarle a nadie, aunque se hablara de la búsqueda de la obtención de derechos femeninos, del divorcio, de la violencia doméstica o de la patria potestad compartida. «Eran artículos menores, vergonzantes, como para ganarse el pan, pero por el contrario nos daban una libertad enorme. Y lo mejor es que no todas las mujeres periodistas con las que trabajaba eran feministas, a muchas les daba vergüenza trabajar en ese gueto hasta que finalmente ese gueto se convirtió en territorio».

Ese tanteo inicial se volvió más ambicioso y radical con los años. No poco revuelo levantó el artículo que, a través de un análisis queer, consideraba el ano y la sodomía como una «metáfora constitutiva de la política argentina». La gente bien bonaerense se rasgó las vestiduras. «Mantuve el apellido de mi ex porque es de familia patricia y me parecía más transgresor firmar así. Creo que lo hice por una venganza personal hacia él», dice riendo.

Recuerda con tristeza algo guasona a los amigos y maestros ya desaparecidos como Héctor Libertella, Oswaldo Lamborghini o Fogwill. Pero mira adelante a las jóvenes feministas argentinas, las de Ni una Menos o las que luchan por la legalización del aborto, que hoy la tienen como el espejo en el que mirarse.