El premio Pritzker es el galardón más importante que un arquitecto puede conseguir. Este año se lo han concedido a Balkrishna Doshi, que tiene 90 años y que ha demostrado un profundo compromiso social y, a la vez, un enorme respeto por la historia y la tradición de su país: él es indio. Hace cuatro años, lo ganó Shigeru Ban, que construyó casas con papel para la gente que vivió el terremoto de Köbe y para los ruandeses. En 2015, lo ganaron los proyectos reconstructivos del chileno Alejandro Aravena. Y el año pasado, Rafael Aranda, Carme Pigem y Ramón Vilalta, españoles, por su combinación de naturaleza y valores locales.

El mundo, las políticas oficiales del mundo, cada día son más conservadoras y más insolidarias, pero hay centros de poder (y el premio más relevante del planeta es un centro de poder) que intentan cambiar los focos. Y eso, que muchos denominan postureo, otros lo llamamos «gracias, ya era hora». Qué vamos a esperar, si algunos llaman «buenismo» a cumplir leyes supranacionales.

Como no sabemos qué vamos a esperar ni qué podemos esperar, hay quienes deciden construir por su cuenta. Lo están haciendo estos días en el norte y en el sur de la región y lo están haciendo jóvenes. Unos, los de la Asociación Cultural y Juvenil Sambrona, que llaman al Colectivo El Palomar, que trata la cuestión queer en sus obras de arte (lo queer es lo que le sale de la norma: un transexual, un homosexual, un bisexual, una lesbiana, alguien que no se encuadra en ningún género de los binarios, hombre o mujer) y al percusionista Roberto Maqueda, muy comprometido con la música contemporánea, para que trabajen distintos proyectos con artistas jóvenes de la región.

Al final, lo que le interesa a un periodista cultural, más que la obra terminada, que puede verse y sobre la que queda poco que decir porque cada cual la construirá a su manera… Lo que más interesa, digo, sin tanta aposición explicativa, es el proceso de creación. Las elecciones. Qué queremos contar. Qué lenguajes usamos para contarlo.

Para hablar del amor, de los miedos, de las sombras de los sueños, del terror al llegar a otro lugar desconocido, de la importancia de cuidarnos a nosotros mismos, a los demás, el entorno… Para abordar todo esto, Itziar Pascual escribió una obra de teatro que, hace tres años, también ganó un premio: el de la SGAE de Teatro Infantil. Cristina Silveira, que la dirige, y muchos más han trabajado para montarla: es el próximo estreno de Karlik. Hay música (de Álvaro Rodríguez Barroso, que además ha puesto notas a las nanas con Chloé Bird), hay danza (con Bird, Cristina Pérez Bermejo y Elena Rocha), hay videocreación (de Mara Núñez Berrocoso) y hay ilustraciones de Susana de Uña, que ha diseñado también el vestuario (que, por cierto, confecciona esa «aguja de oro» llamada Luisi Penco, que ha cumplido 25 años como sastra del Festival de Mérida). ¿Se han fijado en cuántas mujeres hay en esta función? Pues la más importante es una niña que tiene año y pico, la hija de Cristina Pérez Bermejo, que ha estado con su madre en La Nave del Duende mientras ella trabajaba y ensayaba y que ha sido «la pequeña musa de la obra», dice Silveira, que habla de conciliación.

El estudio de arquitectura, diseño y urbanismo cAnnica, que también utiliza materiales no convencionales (como los arquitectos del Pritzker) estará en un encuentro sobre cultura en el mundo rural que se llama Al fresco y que celebra su segunda edición, con cine y charlas en las que se intercambiarán experiencias. Tengo el honor de abrirlas, por cierto. Serán en la plaza de la Catedral. Durante el fin de semana se debatirán temas como la cultura y la participación en el mundo rural, las residencias de artista y los espacios de arte comunitarios. David García Ferreiro, que es a la vez ingeniero forestal y cineasta de documentales, me contaba el otro día en una entrevista que, diciéndolo muy entrecomilladamente, estaba «de moda» realizar iniciativas culturales en los pueblos (¿qué ha ocurrido con la palabra ‘pueblo’, que ahora todos decimos ‘localidad’ o ‘mundo rural’? ¿es un insulto decir ‘pueblo’?). Está ocurriendo en todas las localidades de Europa, por cierto: en Supertrama, que es el programa de arte público de Extremadura, estuvo Susanne Bosch, que es artista e investigadora independiente y que trabajado también en sitios pequeños de Irlanda y de Alemania.

Eso sí: para participar en algo primero hay que querer participar. Y luego saber que sí se puede participar. E investigar cómo hacerlo: mirar en webs, hablar, mandar correos, invertir tiempo, organizar, escuchar al otro. Ojalá todos supiéramos eso, en todos los ámbitos: que podemos participar, si queremos.