Hace un par de años, salió un libro muy curioso, muy interesante, que era una charla bastante atípica entre Henry Jenkins, Mizuko Ito y danah boyd (no, no está mal escrito: ella no lo quiere con mayúsculas) que se titulaba Participatory culture in a networked era. En él analizaban el concepto de cultura participativa y Jenkins indicaba que ahora, desde las instituciones, las organizaciones y las empresas, había una creciente «retórica de la participación». Había que abrir, en todas las actividades, «espacios de participación», un concepto del que llevamos hablando con pasión y fruición durante, al menos, los últimos veinte o treinta años.

Desde que la web se difundió, el concepto de cultura participativa se expandió: abarca todo tipo de producciones culturales, procesos de intercambio/difusión en redes y nuestros likes en Instagram, Twitter y Facebook. Ahora los hay también en Skype. Si bien la participación es un ámbito de aprendizaje informal y la red consigue crear inteligencias colectivas, el tema más importante al que nos enfrentamos es la capitalización de esas prácticas por parte de los conglomerados económicos. Uno hace click en una red y empresas millonarias generan ganancias. Casi solo por entrar en la web. El profesor Christian Fuchs, de la Universidad de Westminster lo explica muy bien. Él coordina y edita una publicación on line muy interesante: Triple C: Comunicación, Capitalismo y Crítica. De todos modos, como apuntan Ito y Jenkins, la participación no la inventó internet. Las prácticas participativas han existido siempre, porque en la colaboración, añado yo, está la base de nuestra supervivencia.

En las actividades participativas, aprender no es, muchas veces, el objetivo primordial, sino un efecto colateral. El debate se extiende hacia la mirada ecológica de los medios de comunicación y la cultura.

La academia reflexiona sobre estas cuestiones, los demás les leemos, reflexionamos y observamos los procesos que tienen lugar en nuestro entorno más cercano. Desde hace unos años, la asociación juvenil Sambrona lleva a cabo este tipo de proyectos en Alburquerque: son las microrresidencias artísticas. Este año, Imago Bubo - Rural Colectivo se ha apuntado a hacer una (algo más macro) en Serrejón, Cáceres, durante todo el mes de agosto. La convocatoria está abierta hasta finales de junio, hasta el día 28, para artistas, mediadores y educadores. Se elegirán dos proyectos y se pagarán 1600 euros en concepto de salario y otros 600 para la producción de la actividad, porque la cultura no es un voluntariado, sino un trabajo y el trabajo se paga.

Serrejón tiene poco más de 400 habitantes y, obviamente, uno no puede entrar en casa ajena, siendo forastero, como elefante en cacharrería, así que los miembros de Imago Bubo van a dedicar estos meses a explicar qué se pretende hacer, en qué consiste una residencia artística y cómo se van a elegir los dos proyectos que se van a desarrollar durante todo el mes de agosto en la localidad y también se realizará alguna actividad, posiblemente relacionada con el cine. Se plantearon si hacerlo en agosto, cuando hay más gente retornada y más actividades y fiestas, o en otoño, cuando están los habitantes que permanecen en Serrejón durante todo el año. Si hay más personas, hay más probabilidades de participación. No es un trabajo unidireccional: el artista que llega, plantea una propuesta y los demás le siguen. La cultura participativa implica que las personas aprendan juntas, apoyadas en intereses comunes bastante más que en el hecho de desempeñar un determinado papel. El artista, el mediador, el educador crea espacios donde se incluye a personas a las que, tradicionalmente, nunca se ha escuchado. Los artistas ya no son productores que quieran controlar desde la distribución hasta la interpretación del contenido y los consumidores no son entes abstractos que eluden ese control. Unos se dedican a mostrar qué otras puertas pueden abrirse y los otros a entrar en ellas y a plantearse nuevas y distintas posibilidades de acción, posiblemente más perdurables en el tiempo que solo un mes al año. Por eso nos parecen tan interesantes las propuestas de Imago Bubo y de Sambrona.

La cultura es eso que no se nombra siquiera en una campaña electoral pero que tiene el poder de cohesionar las sociedades. No abre, salvo escasas excepciones, los informativos ni ocupa las portadas. A los consejeros de Cultura se les premia dándoles «algo más gordo». Cuando se la quiere dotar de prestigio para la opinión pública, se habla de ella en términos económicos, porque el dinero, en el capitalismo, es la medida de todas las cosas. Si lo fueran las personas, sabríamos, en fin, que hay cosas no cuantificables: que una niña quiera ser actriz porque participa en el Festival Juvenil Europeo de Teatro Grecolatino y te la encuentres 15 años después en el de Mérida. Que un Calígula te salve de la inacción y vuelvas a escribir. Que un futuro músico descubra a Tom Waits o Thelonius Monk. O que a alguien, en Serrejón, se le ocurra una idea.