--Enhorabuena. Bon appétit y su torbellino de sentimientos ha conquistado Málaga (cuatro premios).

--Gracias. Y eso que estaba tan nervioso que me temblaban las piernas. Estamos en crisis, así que arriba los sentimientos. Me interesa hablar de personajes y de todo lo que no te atreves a decir en la vida real. No hace falta 3D para contar esas cosas.

--Si Bon appétit fuera un plato, ¿qué sabor tendría?

--Sabría a amor, un plato amargo pero adictivo. La mayoría de las historias de amor tienen caducidad.

--La película también muestra la ambición profesional, algo más propio de ejecutivos que de cocineros.

--De ejecutivos tiburones los hay en todos los sectores, incluidos el cine y los fogones. Mire Ferran Adrià, que ha tenido que hacer un parón. Pero yo estudié empresariales antes que cine y me parece menos interesante la banca que la cocina. El personaje de Daniel, que interpreta Unax Ugalde, tiene una necesidad creativa y la expresa a través de la cocina.

--Los fogones reflejan la sociedad, donde el poder es peligroso.

--Todos tenemos nuestro demonio y todos tenemos que luchar con él. Todos somos ambiciosos, pero todos tenemos que aprender a controlarlo.

--Una curiosidad, el personaje de Hanna da a la luz de espaldas. ¿Es común en Alemania?

--No. Lo consulté con un supervisor médico y me dijo que había varias posturas factibles para parir y que esa era una de ellas. Era una postura que me permitía que Daniel y Hanna se miraran a la cara en ese momento tan especial.

--¿Como espectador le molestan las comedias románticas de final feliz?

--Prefiero las cosas con un punto amargo; así sucede en la vida real.

--Es montador y fue responsable de esa tarea, por ejemplo, en Gordos . ¿Ahora se dedicará a dirigir?

--El montaje es mi oficio y quiero seguir haciéndolo, pero también quiero dirigir historias de sentimientos.