Tras leer el thriller gótico El aspecto del Diablo (Roca) es difícil creer al expolicía escocés Craig Russell (1956) cuando afirma que duerme «como un bebé». «Es porque vuelco mis pesadillas en lo que escribo». Demonios no deben faltarle: está ambientado en la Checoslovaquia de 1935, en pleno ascenso del nazismo, donde el policía Lukâs Smolák intenta cazar a Delantal de Cuero, imitador de Jack el Destripador; mientras, el psiquiatra Viktor Kosárek trata a los Seis Diabólicos, peligrosos asesinos encerrados en un castillo no menos diabólico, usado como manicomio, inspirado en uno real -Hrad Houska-, que según los mitos populares es la puerta del Infierno y acogió experimentos de los SS nazis.

Russell ha vendido los derechos a Hollywood y desde 1990, cuando decidió dedicarse a la escritura, alimenta el género negro con series como la del comisario Jan Fabel, ambientada en Hamburgo, o la del detective Lennox, en el Glasgow de los 50.

«El Diablo -opina- es más humano de lo que creemos, lo hemos creado a nuestra imagen y semejanza. El demonio es un concepto colectivo de lo peor de la naturaleza humana. Y cambia según las culturas. En la eslava, la que refleja el libro, es alguien malvado, oscuro, el dios del inframundo».

La lógica de la locura

Sus diabólicos, cree, «son enfermos». «Algunos no creen haber hecho nada malo. La locura puede tener su propia lógica y moralidad. El malvado sí sabe que hace algo malo. Pero es difícil decir cuándo uno es sociópata y responsable de sus acciones. Sin la agresividad del ser humano no habríamos podido sobrevivir como especie. Esa parte diabólica que llevamos dentro no se puede curar pero sí hallar formas de reconocerla y controlarla».

El protagonista, y también Russell, están fascinados por las teorías psiquiátricas de Carl Jung, a quien de niño su padre, pastor, obligaba a sentarse tras él mientras escribía los sermones para asegurarse de que el Diablo no le espiaba por la espalda. Confiesa el origen de su «tendencia a escribir sobre gente que tiene una visión distorsionada de la realidad»: sufre «el síndrome de Alicia en el País de las Maravillas, Lewis Carroll lo tenía. Afecta a la percepción de las cosas. De niño me despertaba y veía cómo la habitación se había hecho pequeña. De adulto solo he tenido dos episodios. Hablaba con mi mujer y de repente la faltaba media cara».

En 1935 el mal se afianza en Centroeuropa: Hitler promulga las leyes de Núremberg contra los judíos. «Escribo sobre el psiquiátrico donde están encerrados esos seis asesinos, pero exploro la locura colectiva que fuera de esos muros se está convirtiendo en norma en Alemania, lo que Hannah Arendt describió como la banalidad del mal».

Sobre Johnson y Trump no dice que sean nazis, pero sí que tienen en común que «apelan a los miedos de la gente para darles una solución simple a problemas complejos y que implica demonizar a alguien y hacerle responsable de lo malo. Los nazis, a los judíos, ellos a los inmigrantes y la UE».