Catherine Deneuve es, posiblemente, la actriz con más clase del mundo, por dos motivos. Primero, porque se sitúa en el extremo opuesto al de esas divas que se comportan deliberadamente como tales y que acaban siendo de lo más chabacano; Deneuve es la diva antidiva. Y segundo, porque solo la sofisticación personificada puede ponerse un chándal como el que ella luce en la deliciosa comedia Potiche, presentada ayer a concurso en la Mostra de Venecia, y, pese a todo, mantener intactos la dignidad y el glamur.

"Puedo hacer reír, sí, pero no soy una actriz de comedia. Me parece muy difícil", admitió ayer la actriz ante la prensa pese a que nadie lo diría a juzgar por este nuevo personaje, una adinerada señora que, tras una vida dedicada a su jardín y a su marido, decide tomar medidas para dejar de sentirse una mujer florero --en francés, potiche significa precisamente florero--

Posiblemente ninguna otra actriz la habría interpretado tan bien como la propia Deneuve, porque solo una intérprete que lo ha conseguido todo y está de vuelta de todo puede meterse sin el más mínimo complejo en la piel de un personaje que vive instalado al borde del ridículo.

Basada en la pieza teatral de Barillet y Grédy y ambientada en los años 70, Potiche es otra nueva adición a la filmografía del francés François Ozon, cineasta de productividad aparentemente inagotable. Esta es la tercera película que estrena en solo 19 meses, pero solo la tercera de sus 13 películas que puede considerarse una comedia. Sobre todo tras el batacazo artístico que para él supuso 8 mujeres --también en ella aparecía Deneuve--, Ozon parecía incapacitado para el género. Potiche demuestra lo contrario, y lo hace usando una estrategia narrativa similar a la que tan mal le funcionó entonces: el vodevil, la sobreactuación, lo kitsch. ¿Cuál es entonces la diferencia? Pues que en su nuevo filme no hay otras siete actrices que estorben a la más grande.

Y si hablamos de grandes, recordemos cuando, en 1999, Elia Kazan subió al escenario del Shrine Auditorium de Los Angeles para recoger su Oscar honorífico. La tensión era palpable. Actores como Ed Harris y Nick Nolte se negaron a aplaudir, incluso Martin Scorsese y Robert de Niro se mostraron visiblemente incómodos al entregarle la estatuilla. Hollywood no había olvidado que, en 1952, para salvar su propia carrera, Kazan delató a ocho antiguos compañeros del teatro ante el Comité de Actividades Antiamericanas durante la infame caza de brujas.

"Se convirtió en un paria para colegas y colaboradores pero, por otro lado, fue a partir de entonces cuando realizó sus mejores y más personales películas", recuerda Scorsese en su documental-homenaje A letter to Elia , que se presentó ayer en el festival italiano fuera de concurso. En la cinta, quizá mientras expía cierta dosis de culpa, nos recuerda que, fuera un chivato o no, Kazan fue ante todo el creador de Al este del Edén (1955), América, América (1963) y otras obras maestras.

"Cuando empecé a hacer cine, siempre me preguntaba si mis películas iban a tener la honestidad, la complejidad moral y la atención al detalle que yo había experimentado viendo el cine de Kazan", explica Scorsese delante de la cámara. Y es que esta es, también, una película sobre él mismo, sobre cómo y cuándo vio aquellas películas --"en el cine me sentía a salvo y en paz", recuerda-- y sobre lo que significaron para él "viendo La ley del silencio (1954) sentí que las personas que conocía, sus caras, sus cuerpos, su forma de moverse, finalmente importaban", concluye el director.