Al final de Weinstein (2018), documental de Jane McMullen y Leo Telling sobre los casos de abusos sexuales en los que se ha visto envuelto el productor cinematográfico Harvey Weinstein, y que salieron a la luz en octubre del 2017, se nos dice que el hombre que creó Miramax y convirtió el cine independiente en una poderosa alternativa a los estudios de Hollywood está preparado para volver con más fuerza.

La idea resultaba aterradora, ya que el documental no gira en torno al trabajo de Weinstein como productor de Pulp fiction, El paciente inglés y Shakespeare in love, entre otros éxitos sonados del cine indie estadounidense, sino que se centra en sus actividades como depredador sexual: alguien que hace valer su poder para tener relaciones no consentidas con actrices a las que promete papeles importantes en sus películas.

Podía estar preparado para cualquier cosa, y con más fuerza. Para producir nuevas películas. Pero también para seguir haciendo lo que le diera la gana con actrices, asistentas y secretarias a las que invitaba a su habitación de hotel, salía del baño completamente desnudo, les pedía un masaje o las acariciaba mientras se masturbaba. Weinstein, en el 2018, creía que podía recuperar su impunidad. Ser el «sheriff del pueblo» (refiriéndose a Hollywood), frase que pronunció en una fiesta.

YA NO ES INTOCABLE / Las cosas son ahora bien distintas. Ayer se estrenó en salas un nuevo documental en torno al caso, Untouchable, dirigido por Ursula MacFarlane. La ironía del título escogido es manifiesta porque Weinstein ya no es, ni volverá a ser, un personaje intocable. Las últimas imágenes de Untouchable distan mucho de la amenaza altiva con la que se cerraba el anterior filme.

Cercado por la opinión pública y separado de su esposa (pidió el divorcio tras conocerse todos los acosos realizados por Weinstein durante los últimos 30 años), el magnate ya no amenaza a nadie. En los últimos planos se le ve cansado y envejecido. Sale a la calle, sube a un coche y antes de partir se dirige a los periodistas. Dice que se ha equivocado y que necesita terapia. Luego les comenta que siempre se ha portado bien con ellos. Cuando cierra la puerta del coche, se oye la voz de un reportero diciéndole que busque ayuda.

También la necesitan las mujeres que han hecho público el acoso y vejaciones a las que fueron sometidas. Algunas de ellas salen en Untouchable: Rosanna Arquette, siempre muy combativa. Paz de la Huerta, cuya sobrecogedora confesión quita el aliento. Y actrices menos conocidas -Caitlin Dulany, Erika Rosenbaum, Nannette Klatt-, que relatan cómo las engañó y lo que les obligó a hacer en su habitación. El caso más doloroso es el de Klatt, quien padece una grave enfermedad ocular. Cuando se negó a mantener sexo con él, Weinstein la obligó a salir de su habitación por una puerta que daba a un pasillo oscuro sabiendo que ella no podría ver con claridad. Estuvo 20 minutos en sombras, aterrada, buscando la salida.

Las confesiones de todas ellas describen las maniobras del productor y la forma en que las dominaba para que nada de lo que había hecho se hiciera público. Sus abogados llegaban a acuerdos de confidencialidad. Algunas mujeres cobraron una indemnización. ¿Pero cómo se indemniza a alguien de la violencia sexual? ¿Y cómo proseguir una carrera cinematográfica sabiendo que Weinstein te cerrará las puertas de su productora y hará todo lo posible para que nadie más te contrate?

EL #METOO Y LAS DENUNCIAS / Gwy-neth Paltrow, Mira Sorvino, Angelina Jolie, Annabella Sciorra -quien lo ha denunciado por violación-, Ashley Judd y Asia Argento no hablan en Untouchable, pero fueron las primeras en explicar el comportamiento de Weinstein. No solo actrices. Secretarias de Miramax, jefas de departamento, asistentas de producción… El #MeToo amplificó las denuncias. El movimiento viral se hizo realidad a partir de esta causa. Tras tantos años esquivando la realidad, Weinstein tuvo que reconocerla. Acabó siendo despedido de su propia empresa.

Pero no todo empieza y termina en la actitud del productor, un tipo despótico convencido de tener el poder para hacer lo que quiera y no ser juzgado por ello. El problema radica igualmente en un sistema que ha tolerado este tipo de actuaciones.

En una multitudinaria fiesta, el productor llamó «zorra» a una joven reportera que le preguntó sobre una película suya que había archivado. El novio de la reportera, también periodista, se encaró con Weinstein y este lo sacó a golpes de la casa. Varios fotógrafos que cubrían la fiesta lo capturaron con sus cámaras. Luego dijo la famosa frase de que era el «puto sheriff» del lugar. Él era la ley. El periodista comenta que cualquier diario habría estado encantado de sacar en primera página la frase de Weinstein. Pues bien, nunca llegó a hablarse de aquella fiesta en la prensa. Y la joven reportera recuerda que jamás ha visto publicada ninguna de las decenas de fotos que se hicieron mientras Weinstein golpeaba a su novio.

El sistema lo toleró una y otra vez. Weinstein intentó lavar su imagen asociándose a la campaña por la presidencia de Hillary Clinton. El poder llama al poder. Hoy, sin embargo, el productor no ha obtenido permiso para viajar a España e Italia para negociar unos proyectos. El 6 de enero empezará en Nueva York el juicio contra Weinstein por dos violaciones y una agresión. Ya no es capaz de decir que volverá con más fuerza.