Tras la época dorada de la novela de espionaje, durante la guerra fría, con referentes como John Le Carré, Graham Greene, el Bond de Ian Fleming... «el género se tomó una larga siesta», confirma Charles Cumming (Ayr, 1971), a pocos metros de su compatriota Mick Herron (Newcastle upon Tyne, 1963) -estuvieron en Barcelona la semana pasada-, ambos culpables de aportar aire fresco a las nuevas tramas protagonizadas por agentes secretos. «Antes del 2001 me fue difícil publicar mi primera novela, A spy by nature. Se consideraba que comercialmente la novela de espías había muerto. Pero entonces Vladímir Putin llegó a la presidencia de Rusia e hizo revivir el espíritu de la guerra fría, y llegó el 11-S, y Al Qaeda y la amenaza del terrorismo islamista siguió provocando miedo con los atentados de Atocha, los de Londres... Y la gente ha visto que el espionaje nunca ha sido más importante a la hora de garantizar su seguridad», cuenta Cumming, que presenta Complot en Estambul (Salamandra Black).

Con él coincide Herron, autor de Caballos lentos (también en Salamandra Black), quien ha roto clichés con su protagonista, el gordo y flatulento Jackson Lamb, un agente mordaz, jefe de la Casa de la Ciénaga, un departamento ficticio del espionaje británicos al que van a parar los agentes caídos en desgracia, que han metido la pata alguna vez. «Que un espía sea infalible y glamuroso es un tópico que ya empezó a cuestionar Len Dighton en sus novelas en respuesta a Ian Fleming. Hay una tendencia en toda la ficción, y también en el género de espías, de humanizar a los personajes y mostrar sus lados oscuros. Y a mí también me interesan esos elementos humanos».

Lamb y su equipo son en parte perdedores, «pero no se sienten así, se consideran héroes y heroínas y sus luchas internas tienen mucho que ver con querer recuperar sus carreras profesionales». En una situación similar coloca el escocés Cumming a su personaje principal, que ya aparecía en En un país extraño: el agente del MI6 Thomas Kell, apartado del servicio secreto inglés tras un fallo en una misión pero al que su jefa da una oportunidad si encuentra a un topo.

«La gente pide espías heroicos, superhéroes como James Bond o Jason Bourne, con unas habilidades excepcionales y gran carisma, que logran resultados extraordinarios con relativa facilidad, porque quiere creer que ese tipo de personas existe -señala Cumming-. Pero no es así. La mayoría de oficiales de inteligencia y espionaje, sea en Londres o Madrid, son como usted y como yo, tienen un trabajo, una familia, hijos... La diferencia es que viven en un mundo paralelo porque en lo que hacen hay un secreto imprescindible y son capaces de descubrir información valiosa».

PERSONAJES_REALISTAS / Ambos escritores vuelven a coincidir en la importancia de los personajes por encima de la trama de espionaje. «Seguramente no recuerdas la trama de muchas historias de Bond, de Smiley, de Sherlock Holmes, pero siempre te acordarás del protagonista. Los personajes deben ser realistas», sentencia el escocés, quien se volcó en el género tras haber sido entrevistado por el MI6 y haber hecho varios exámenes y pruebas psicológicas. «Pero yo no era la persona que buscaban y tampoco quería trabajar para ellos, así que me decidí a escribir sobre ese mundo... Aunque si hubiera trabajado para ellos sería eso mismo lo que debería responder...», bromea Cumming, que se ha asesorado con gente de los servicios de inteligencia y que considera a Le Carré como su maestro, «un tótem» del género. «Todas mis novelas tienen homenajes a las suyas. Él, junto a Greene y Eric Ambler, convirtieron el thriller en algo social que analizaba las circunstancias personales», añade.

En Caballos lentos, un grupo de extrema derecha secuestra a un británico de origen paquistaní y amenaza con decapitarlo en directo en internet. En la novela, que Herron escribió poco después de los atentados del metro de Londres, volcó uno de sus «miedos»: «Que aquello provocara la demonización de toda una comunidad entera debido a las acciones de unos pocos chiflados asesinos. Por desgracia eso es lo que ha ocurrido: vemos el auge de los partidos de extrema derecha en el Reino Unido y en toda Europa y el mundo. Creo que va a empeorar». Y recuerda que cuando la escribía, en el 2008, algunos personajes hablaban de la salida del Reino Unido de la UE. «Y me dijeron que era un locura, que me equivocaba al retratar ese paisaje político. Ojalá...», lamenta sobre el brexit.

El tema que aborda Cumming es la búsqueda del topo. «Me interesó saber por qué alguien, tras el 11-S, podía traicionar a su país. Hay varias razones. Algunos de los famosos Cinco de Cambridge lo hicieron por ideología, porque creían que el marxismo era el camino político correcto para Occidente. Philby apelaba a su narcisismo y su vanidad, se sentía único por ser depositario de secretos tan importantes. Otros por dinero». Pero diferencia esos motivos con los que hoy podría tener «un musulmán joven de Barcelona o Manchester que tras creer en el Estado Islámico como solución a los problemas del mundo se hubiera dado cuenta de su error y decidiera ser agente del MI6». Para el escocés, el caso de los Cinco de Cambridge sacudió a las clases altas británicas, que no podían creer la traición de quienes «eran miembros del establishment, hombres con una situación familiar y social privilegiada».

Aunque no todo son sombras en el espionaje de su país pues, como constata, «la franquicia de Bond ha ayudado mucho al MI6, su marca se ha beneficiado de él porque le ha dado una imagen mundial de eficientes y de obtener resultados. En cambio, la saga de Bourne, aunque me encanta en el cine, ha inducido a error sobre muchas tecnologías. Eso de que alguien en un búnker lejano detecte una palabra peligrosa en tu conversación de móvil y en seguida aparezca un pelotón para detenerte...».