«El paro, los contratos de mierda, los alquileres por las nubes, la falta de oportunidades… ¡A nuestra generación nos toman por gilipollas!», dice Jordi Viassolo, que a sus 25 años, y sin un duro en el bolsillo, entra de becario de verano en una agencia de detectives de la Barcelona actual, donde los ciudadanos conviven con el turismo masivo esquivando, o usando, patinetes y bicicletas. Es el protagonista de No cerramos en agosto (Libros del Asteroide), el refrescante y luminoso debut literario del periodista Eduard Palomares (1980), quien despojando a la novela negra de sus estereotipos utiliza «un crimen como excusa para recorrer la ciudad, hacerla reconocible y reflejar los problemas de los jóvenes, que son extensivos a todo el mundo».

Una concepción de narración policiaca que, con acertadas dosis de ironía, retrata la sociedad actual, y que Palomares comparte con la novela negra mediterránea, con sus admirados Manuel Vázquez Montalbán, Andrea Camilleri y Petros Márkaris, alejándose del típico thriller de misterio. Aunque la suya «no es una novela negra pura», sino de «fusión», con referentes que suenan por ejemplo a Cuatro amigos, de David Trueba, a Nick Hornby o a Irvine Welsh.

No cerramos en agosto huye de los clichés del género. «No quería que el lector entrara en un ambiente depresivo, no hace falta recurrir a un asesino psicópata ni mostrarle la parte más tenebrosa de la sociedad porque en el día a día vivimos otras violencias e injusticias que nos afectan a todos», constata el periodista de EL PERIÓDICO en referencia a las preferentes, los desahucios, los contratos basura o la especulación inmobiliaria.

También se aleja del «típico investigador o comisario de mediana edad, desencantado, que resuelve el caso tras una idea brillante. Existen muchos así -señala Palomares, confeso lector compulsivo del género-. Quien sí encaja un poco en esa figura es Recasens, un detective mayor, antisocial y pasado de moda de la agencia que ve cómo ha cambiado su oficio, que hoy es muy de grabaciones, minicámaras y nuevas tecnologías». Como el famoso caso de espionaje de La Camarga, que cita el libro y «ejemplifica lo que es hoy ser detective. Algunos me han contado que la profesión ha perdido todo romanticismo y que se pasan horas en seguimientos, esperando en el coche, y que lo que más investigan son infidelidades y encargos de empresarios para vigilar a sindicalistas y trabajadores que piden la baja».

Recasens tiene algo de mentor y Viassolo, algo de discípulo, y cuando este acepta sin permiso el caso de un cliente que llega en agosto angustiado ante la desaparición de su mujer, «lo va guiando y orientando», pero dejando que se foguee solito. «Y Viassolo es un detective sin tabús, sin experiencia, algo ingenuo. No es un tipo duro como el Bogart de El halcón maltés [de Hammett]. Es como cualquiera de nosotros, que nos lo pensaremos dos veces antes de meternos en un callejón oscuro», señala.

CARVALHO Y CAMARASA/ La caleidoscópica Barcelona es un personaje más. Recorre Viassolo media ciudad, dejando entrever las desigualdades entre los barrios altos como Sarrià y los más humildes del Poble Sec, el Raval o la Barceloneta, que homenajean tanto a Vázquez Montalbán y su Carvalho como al desaparecido Paco Camarasa, con un cameo del librero de la mítica Negra y Criminal, «responsable de que la novela negra deje de ser vista como un género de segunda», dice.

Cuando Palomares envió por e-mail su propuesta de novela a diez editoriales, en Libros del Asteroide debieron sentir ese soplo de aire fresco para el género, pues en seguida le llamaron y en un mes ya había firmado el contrato. «Fue alucinante», recuerda el escritor novel, que, con un buen puñado de ideas en la cabeza, admite que el becario Viassolo tiene camino por recorrer hasta perder algo de su inocencia.