No es por una obra narrativa iniciada a los 19 años, jovialmente vanguardista en ´El boxeador y un ángel´ y de un vanguardismo sombrío en ´Cazador en el alba; ni es por sus cuentos y novelas del exilio, feroces con la opresión y el totalitarismo (como en ´Los usurpadores´, libro al que pertenece ´El hechizado´, uno de los cuentos más memorables de las letras hispánicas según Borges); ni es por sus refrescantes jocosidades narrativas en ´El jardín de las delicias´; ni tampoco es por sus lecciones en el arte de pensar con orden sobre los engranajes del mundo; y ni siquiera por sus reflexiones sobre escritores y literatura, ni, en fin, por sus extraordinarias memorias ´Recuerdos y olvidos´. No es por todo eso por lo que echaremos de menos a Francisco Ayala, sino porque era él mismo, con su frágil presencia, la prueba de que este país había podido engendrar una forma de dignidad cívica e intelectual capaz de triunfar sobre las inmundicias de la Historia.