Cuando en el año 1955 el elegante cineasta británico Alexander Mackendrick dirigió para la productora Ealing The Ladykillers (El quinteto de la muerte ) con Sir Alec Guiness y Peter Sellers, dejó realizada una de las mejores comedias de la historia del cine.

No es el caso de este remake de los hermanos Coen quienes, no obstante, logran algún momento aislado de alta comedia y resuelven la narración con la misma habilidad de la que hacen gala en casi todos sus filmes, como por ejemplo, el reciente y también muy irregular Crueldad intolerable .

En el último filme citado (que se exhibió en el último Festival de Cannes), así como en Fargo (1996), El gran salto (The hudsucker proxy , 1994) o El gran Lebowski (The big Lebowski , 1998) Joel y Ethan Coen se erigen en poetas de las profundidades de los Estados Unidos (la intrahistoria americana, podría decir el salmantino Miguel de Unamuno), uno de los mayores méritos y sin duda uno de los atractivos principales de la película que nos ocupa.

Personajes extravagantes, iluminados, predicadores, sujetos al borde de la locura y auténticos psicópatas conforman el menú del casting que emula el filme original pero hila más fino en la caracterización típicamente norteamericana.

EL PLANO CENITAL DEL BARCO La impecable factura técnica del cine de los Coen se suma habitualmente, y desde luego en su última obra, a un manejo extraordinario de la narración utilizando magníficamente el sentido cómico de las imágenes repetidas (el plano cenital del barco que recoge los cuerpos de los atracadores muertos) o encajando perfectamente elementos tan secundarios como la presencia del gato de Marva Munson (interpretada con gracia por Irma P. Hall).

Para terminar, destacar el buen trabajo de Tom Hanks, que encuentra en la piel de un pedante y excéntrico doctor una horma casi perfecta.