Se llama Paul B. Preciado pero ese nombre no explica toda la riqueza de una identidad que no se reivindica como tal. Paul fue antes Beatriz. De ahí la huella de la B. en su nombre. Hoy es uno de los gestores artísticos y filósofos más radicales en los estudios de género -fue alumno de Derrida-, no solo porque ha pensado que el sexo es una imposición política sino porque ha convertido su cuerpo en material de experimentación. Una mujer que cruzó el límite y se hizo hombre en un clínica de Nueva York tras un detonante que tuvo que ver con la ciudad de Barcelona, donde dirigía los Programas Públicos del Macba.

Fue su cabeza la que cayó tras el escándalo de la estatua que representaba a un rey Juan Carlos sodomizado, una situación que define como «catastrófica» pero también «catártica» porque le obligó a tomar un decisión importante, seguir adelante con un cambio de sexo -en la teoría de Preciado no existiría tal concepto, pero se entiende- que se concretó en una clínica ‘queer’ de Nueva York. Puede parecer un final de trayecto pero no ha hecho más que empezar. «No soy un hombre. No soy una mujer. No soy heterosexual. No soy homosexual. No soy tampoco bisexual. Soy un disidente», escribe.

Del 2011 al 2018, Preciado ha llevado una columna en el diario Libération relatando, entre otras cosas, su propio proceso y esas crónicas se recogen en el libro Un apartamento en Urano (Anagrama) que van de lo particular a lo universal, porque paralelamente a su transformación -hoy su pasaporte dice que es un hombre- se encontró que el planeta entero también se encontraba en ese proceso. «Estamos en un cambio de paradigma solo comparable al que en el siglo XV se fraguó con la imprenta y la colonización. Ahora internet y la inteligencia artificial han cambiado nuestras vidas con una exigencia mucho mayor porque si no nos enfrentamos a ese cambio podríamos acabar con la vida sobre la tierra».

Preciado tiene la virtud de pensar en situaciones que podrían parecer de ciencia ficción y que en realidad son de política ficción, o no, porque su pedagogía en la teoría queer y más allá es de una absoluta claridad. «Empecé siendo feminista radical y ahora soy trans antiidentidad porque la identidad, como el género o la raza, es una invención, el modo de hacer política del antiguo régimen», así se ha presentado innumerables veces con paciencia y no poco sentido del humor para pasmo del funcionario de la frontera de turno donde le pedían el pasaporte y lo que veían aquí y allí no acaba de concordar.

Hoy su pasaporte dice que ha entrado de pleno derecho en el mundo de los hombres aunque no se sienta así. «Si me descuido me toman por un hombre heterosexual blanco con todo su poder», bromea. «Conozco a mucho trans que se considera hombre o mujer y no se hable más, y es muy respetable, pero a mí no me interesa ese pensamiento binario».

Amenazas físicas

A la dificultad de pensar a contrapelo se añadieron las amenazas continuadas producto de estas columnas periodísticas. Lo cuenta en el prólogo del libro la que fue su antigua pareja, la escritora Virginie Despentes. «No quería que se hablara de eso porque si lo haces estás fomentando que se vuelva a hacer pero sí es interesante por evidenciar algo de lo que ha pasado en Francia de manera colectiva y que en Europa se concreta en la contrarrevolución planetaria de Trump, Bolsonaro, el Frente Nacional y Vox, entre otros».

Y si se trata de hablar de identidad, es obligatorio mencionar la identidad nacional catalana sustrato del sentimiento independentista. Unida a esa realidad por lazos sentimentales, a Preciado le preocupa sobre todo la búsqueda de la libertad. «Cada vez que recalo en Cataluña siendo que esto cada día está peor, pero también me he dado cuenta de que existe un proceso de crítica al estado-nación muy interesante que se lleva a cabo en grupos reducidos, pero ese no es el discurso mayoritario. Por eso, el debate Cataluña-España me produce un intenso cansancio».