La era de la informática, desde que impactó con potencia inusitada en el cine de la mano de James Cameron en Terminator 2: El juicio final (1991), ha aportado al espectáculo cinematográfico un escaparate de los experimentos que la industria de Hollywood lleva a cabo en materia de efectos especiales.

A través de estas novedades técnicas vamos observando, filme a filme, imágenes aisladas fascinantes en cuanto que provienen del subconsciente colectivo desde el principio de los tiempos y sólo ahora, gracias al cine, podemos verlas plasmadas en un soporte visual.

SATISFACCION AUDIOVISUAL Esta nueva satisfacción audiovisual a la que nos podemos abandonar con denuedo en algunas escenas de El día de mañana (The day after tomorrow, 2004) no suele venir acompañada, desgraciadamente, por una solidez narrativa mínima ni por un trabajo esmerado con los argumentos y los personajes.

Roland Emmerich, tanto en Independence Day (1996), como en la película que nos ocupa, parece un especialista en este tipo de productos. Tras la imágenes espectaculares y técnicamente impecables de los fenómenos tormentosos, los hielos y los desastres de El día de mañana se esconden una vulgar trama de supervivencia, un más que trillado drama familiar y una excesivamente alargada y previsible historia de suspense.

Como experimento técnico, pues, interesa ver la película. Pero, eso sí, no busquemos en ella ninguna originalidad narrativa ni caminos expresivos novedosos para el cine.

Se trata, a fin de cuentas, de un producto estrictamente comercial que cumple dignamente con el propósito banal pero necesario de la cinematografía como una atracción de barraca de feria.