El verano del periodista cinematográfico parece atractivo: algarabías, horas de cine, gente guapa en cada esquina y mucha comida local. Pero, en el momento de la verdad, lo que queda son las largas noches cumpliendo deberes y la posterior falta de sueño que va minando las fuerzas día a día. Este bien pudiera ser el mapa de actividad de la última entrega del Festival de San Sebastián; aderezado con chacolís y pinchos pero con una deuda a Morfeo que castigaba cada mañana y media tarde. No prometía en exceso la 64ª edición del certamen donostiarra. Primer petate al hombro, las expectativas eran bajas debido a una programación anquilosada en sus secciones paralelas y dubitativa en su competición. De vuelta a casa, por la Autovía del Norte, las sensaciones en cambio fueron muy distintas.

No pasará a la historia, eso sí, este nuevo episodio del Zinemaldia pero sí que retornamos a Cáceres con alguna perla inesperada. Este fue el caso de La reconquista, cuarta película de Jonás Trueba que nos recuerda lo maravilloso que es el amor, sea pretérito o futuro. Trueba lideró una representación española de buen nivel. Alberto Rodríguez, con El hombre de las mil caras, y Rodrigo Sorogoyen, con Que dios nos perdone, abordan el thriller desde perspectivas muy diferentes -con Guy Ritchie y David Fincher como referentes, respectivamente—, pero igual de satisfactorias. El cine latinoamericano brilló con fuerza con propuestas como El invierno, de Emiliano Torres, y Jesús, de Fernando Guzzoni. Esta última retrata el estado de tensión de la juventud actual, leitmotiv del festival. En As you are, Playground y la mentada obra chilena la violencia es la cura para el dolor y la incertidumbre de una generación. Cada estallido de fuerza juvenil en el Kursaal provocó una estampida del público. Cine visceral que deja secuelas y también genera conciencia.. H

* Crítico FIPRESCI, Dirigido por y El antepenúltimo mohicano.