El mismo año en que los académicos del Nobel distinguen a Alice Munro, como en una triste revancha, las letras pierden a Doris Lessing. La escritora británica, Nobel de Literatura en el 2007 y Príncipe de Asturias en el 2001, falleció ayer a los 94 años en su domicilio del barrio de Hampstead, en Londres. Fue a la puerta de aquella casa donde los reporteros la encontraron bajando de un taxi con la bolsa de la compra y un atuendo alejado de toda sofisticación para informarle que había ganado el Nobel. Allí mismo, sentada en los escalones de la entrada, con un vaso de agua que muchos maliciaron de ginebra, con sus arrugas y su moño deshecho, su característico pesimismo se evaporó por un momento. Pero tan solo un momento.

Lessing, que podía ser dura como el pedernal cuando se lo proponía, nunca quiso agradar a nadie. Prueba de ello la dio en su última visita a España, en el Hay Festival de Segovia, solo un año antes de que le dieran el Nobel. Se dedicó a dinamitar con desdén las preguntas de su entrevistadora, exigiendo que fueran eliminados cualquier tipo de cumplidos en su presentación y dando cuenta de su estado de ánimo: "Estoy rodeada de fantasmas. ¡He tenido que tachar de la agenda a tanta gente! Nunca pienso en la felicidad porque me parece algo cursi". Razones no le faltaban. Entonces, cercana a los 90 --ha sido el autor más veterano en recibir un Nobel de literatura--, todavía debía cuidar a su hijo impedido.

La vida de esta mujer no ha sido sencilla, porque ella jamás se prestó a seguir el camino fácil. Nació en Irán cuando el país todavía era Persia, hija de colonos ingleses que más tarde cambiarían Oriente por Africa, en Rodhesia (actual Zimbaue), donde ella se crió bastante solitaria colisionando a diario con su hiperestricta madre. "Nunca seré como ella", se repetía como un mantra la futura escritora.

No es extraño que a los 14 años se fuera de casa abandonando los estudios --solía decir que su formación tenía lagunas importantes que tuvo que solventar en solitario-- y que a los 18 se casara con el primero que se lo pidió. Fue Frank Wisdom y con él tuvo dos hijos, a los que dejó atrás para casarse de nuevo con un comunista alemán que, además de un tercer hijo, le cedería su apellido, Lessing, ya para siempre. Divorciada de nuevo, llegó a Inglaterra con el pequeño Peter de dos años, decidida a ser escritora. "Creo que el matrimonio no está entre mis talentos", aseguró. Todas estas reticencias, su infancia, juventud y primeras experiencias intelectuales, alimentan sus excelentes libros de memorias, Dentro de mí y Un paseo por la sombra , una buena manera de comprobar lo poco que le interesó lo que pensaran los demás, solo atenta a lo que su integridad intelectual le dictaba. Lessing fue muchas cosas; cronista contestataria del apartheid, con la consiguiente prohibición de sus libros en Suráfrica; comunista prematuramente desengañada, ecologista concienciada y, sobre todo, analista de su tiempo.

Un equívoco

En 1962, la trayectoria de la autora --que hasta el momento había dado que hablar con Canta la hierba , una historia de amor interracial-- dio un vuelco con la aparición de El cuaderno dorado , un libro venerado por toda una generación de jóvenes, especialmente las mujeres, para las que era fácil identificarse con la protagonista, la escritora Anna Wulf, que lleva a sus diarios todas sus crisis, desde las políticas hasta las sexuales y sociales. Se convirtió en bandera de los movimientos feministas. El problema es que a la autora jamás le interesó lo más mínimo enarbolar ese estandarte. Su vocación literaria fue más allá de la militancia.

Y ahí la tenemos, muchos años después, recibiendo el Nobel por haber escrito "un trabajo pionero para el movimiento feminista, una muestra entre un puñado de libros sobre cómo era vista la relación entre hombres y mujeres en el siglo XX". Tuvo que agradecerlo, claro, pero se sintió, una vez más incomprendida. Y enfadada, su estado natural.

Solo una década después de la aparición de El cuaderno dorado, sin importarle lo que los lectores le demandaran, empezó a urdir las tramas de ciencia ficción que ocuparon los últimos años en su producción. En el fondo, disfrazaba de novelas de género fábulas sociales y sexuales. No a todo el mundo le gustó el Nobel de Lessing. Algunas voces --Harold Bloom, entre ellas-- criticaron a la Academia Sueca porque hacía mucho tiempo que la autora no producía algo de valía. Es probable que a Lessing no le dejaran la menor huella aquellos comentarios. Uno de sus lemas y el que mejor la retrata es: "Nunca pensé que la vida fuera hermosa".