La imagen se repetía en mis sueños: hombres y mujeres doblados bajo el sol de los algodonales. Las espaldas, muy negras y sudorosas, marcadas por la quemazón del látigo, contrastaban bruscamente con el blanco del algodón que recogían. Y, de fondo, la salmodia de una voz lejana, poniendo notas musicales a la dureza del trabajo. Entonación triste y profunda, que el resto de las voces repetían, como por hipnosis. Aquel canto les liberaba.

Este sueño provino, quizá, de una película que vi en mi infancia o de un libro de la escuela; uno de aquellos libros de coloridas ilustraciones donde se nos enseñaba a diferenciar las razas humanas por la vacua objetividad de sus estereotipos: el chino siempre tenía un sombrerito triangular, la nariz del africano la atravesaba un huesecillo, el indio tenía plumas y pinturas en la cara, el esquimal iba siempre muy abrigado y el caucásico era sencillamente como nosotros y parecía sonreír más que el resto. Pero lo extraño de aquel sueño es que sonaba, ¡sonaba!. Y su sonido perduraba todo el día. Al despertar, el canto de los negros se quedaba ahí, en mí. Y, lo más extraño: no me era ajeno, sino muy propio.

Pasó el tiempo y lo supe: la música hecha por hombres debió nacer, muy probablemente, de las palmas de un negro golpeando un tronco, y también las primeras canciones debieron ser oraciones de aquel negro, voces lanzadas al cielo para reclamar la lluvia, la buena cosecha o la suerte en la caza. Del viejo continente llamado Africa nacieron los ritmos alegres y los cantos tristes que a mí más me emocionaban. El blues, el soul, el jazz, el reggae, el country, el flamenco y la música latina en general... Las raíces de las grandes armonías y el sentimiento de los espíritus del aire, esos que habitan en las melodías intemporales, esos que logran remover el alma de todos los hombres en todas las épocas. Porque en Africa es el alma del pueblo el que canta, y esa es la misma raíz, el mismo impulso natural que a mí me hace cantar.

Cuestión de pieles

Chuck Berry , Little Richard , Aretha Franklin , Sam Cooke , Miriam Makeba , Ben E. King , Diana Rose , Bola de Nieve , Charlie Parker , Milles David , Nina Simone , Louis Armstrong , Marvin Gaye , Dinah Washington , Ray Charles , James Brown , Antonio Machín , Otis Redding , Miles David , Etta James , Bob Marley , B.B King , Louis Amstrong , Cesérea Evora , Jimi Hendrix , Barry White , Stevie Wonder , Michael Jackson , Tina Turner , Lionel Richie , Duke Ellington , Ella Fitzgerald , Whitney Houston , Rubén Rada , Alicia keys , Beyonce ... La música negra es cuestión de pieles, por supuesto, pero siempre he creído que es, fundamentalmente, cuestión de pasión, de redención, de libertad interior. Un latido ancestral que proviene de la tierra y va hacia la tierra.

En la historia de la música negra hay muchos casos excepcionales de hombres y mujeres que prefirieron vivir de la rebeldía de sus canciones a morir de la obediencia de su silencio. De entre todas esas historias me gusta especialmente la del pianista estadounidense Scott Joplin , un hombre excepcional de quien ya he escrito en otras ocasiones. Uno de tantos músicos afroamericanos descendiente de esclavos, incomprendido y despreciado entre las clases blancas por ser de raza negra. Uno de tantos músicos con una vida tan triste como maravillosa.

Scott Joplin fue el segundo de seis hijos de una familia pobre. Empezó a tocar el piano y la guitarra a los ocho años, en casa de un abogado donde su madre trabajaba como limpiadora. Autodidacta, pasó gran parte de su juventud tocando en tabernas de mala muerte y prostíbulos de su Texas natal.

Abandonó después hogar y familia para viajar a Saint Louis y cursar estudios de armonía y composición; y de allí a Missouri, ciudad en las que publicó sus primeras partituras con gran esfuerzo y no demasiado éxito, sobreviviendo gracias a la creación de un centro de enseñanzas donde impartía clases. Pero no se conformó con eso.

Años después, se trasladó a Chicago, donde fracasó repetidas veces en el lanzamiento de una obra de ballet. Y de allí a Nueva York, donde puso en marcha el gran sueño de crear Treemonisha, una ópera exclusiva para afroamericanos. Sueño que llegó a ver cumplido cinco años después, pero a costa de gastar todos sus ahorros y de obtener un estrepitoso fracaso de público. Esto le llevó a la ruina y a sufrir diversos trastornos mentales, que derivaron en una discapacidad física de coordinación y en las consiguientes dificultades para seguir tocando, viéndose obligado a dejar de acariciar para siempre el instrumento por el que había vivido.

Sus obras

Scott Joplin murió enfermo de demencia cerebral con 48 años, siendo aún un genio ignorado y un desconocido, salvo en pequeños círculos del ragtime de la época. Dejó publicadas más de cincuenta obras pero nunca grabó ningún audio, por lo que jamás podremos escucharlo sino es interpretado por otros.

La historia de la música, sin embargo, guardaba un lugar privilegiado para su nombre, y varias décadas después su obra resurgió, cuando algunas de sus composiciones sirvieron como banda sonora de la excepcional película El golpe (1973), redescubiertas por el pianista Marvin Hamlisch . Incluso su ópera Treemonisha llegó a reestrenarse dos años más tarde en la Houston Grand Opera con un gran éxito de público. La perfección de sus rags, a día de hoy, los convierten en el equivalente moderno a los minués de Mozart , a las mazurcas de Chopin o a los valses de Brahms .

Músico negro que, como tantos otros, nos ha hecho formar parte a todos de esa tradición ancestral liberadora que la música negra representa en nuestros días. Siempre veneraré a Scott Joplin no sólo por su obra, sino por las condiciones de continuo desasosiego en las que se vio obligado a vivir, con la música como maldición y salvación.

Quizá ese sea el gran designio de todos los que hacemos música: atender sencillamente a nuestros instintos y modos de expresión, vivir acorde a nuestros sueños y hacer participes de ellos a los demás, sin más pretensión que transformar el silencio en un sonido que permanezca cuando nosotros ya no estemos.

Neruda escribió que por Lorca pintaron los hospitales de azul. Y yo, rememorándolo, escribiré hoy que por Scott Joplin lacaron los pianos de negro.