Sergio Chejfec (Buenos Aires 1956) es el secreto mejor guardado de la literatura argentina. "Alguien excesivamente sutil para los gustos españoles", como lo describió uno de sus colegas más jóvenes. Quizá por eso y por su proverbial estilo "reflexivo parsimonioso" como se le define certeramente --por una vez en wikipedia-- su debut editorial en España, Mis dos mundos , pasó algo desapercibido el pasado año.

Su nueva novela, Baroni: un viaje (Candaya), brumoso retrato de la escultora naif Rafaela Baroni, está llamada a darle a conocer de una vez por todas.

Baroni, la Baroni real, es todo un personaje. Una mujer que sufrió de niña dos o tres ataques de catalepsia y que imbuida de ese carácter casi sagrado que tiene la enfermedad se dedica a escenificar esa muerte ficticia cada Viernes Santo mientras en su lejano pueblito la visitan en peregrinación y a los escolares se les pide que hagan redacciones sobre ella.

Pero no busque el lector esa historia fascinante contada de forma convencional. "Desconfío de la literatura que está segura de lo que dice. Mis novelas no avanzan por la vía de la intriga y la acción o del argumento. No tienen finales felices o infelices", advierte Chejfec que habla de forma tan pausada como su inclasificable literatura. ¿Qué es Baroni? "Es un poco crónica, ensayo, novela, libro de viajes, testimonio y biografía. Pertenece a un género flotante en el que me encuentro a mis anchas", aventura. Ante todo es un libro de Chejfec, profundamente literario como todo los suyos, que quizá se parezca un poco al digresivo W. G. Sebald, pero sin fotografías.