Un nuevo servicio de Google ha puesto en pie de guerra a editores de todo el mundo. Desde la pasada semana, el buscador de internet más utilizado permite el acceso e impresión de ciertos libros clásicos, sin derechos específicos de autor, a través de la página http//books.google.com. La posibilidad de disponer gratuitamente, y en el propio domicilio, de obras de Shakespeare, Victor Hugo o Goethe, por ejemplo, ha unido al sector, temeroso de sufrir repercusiones económicas similares a las que se enfrenta la industria discográfica por la descarga libre de composiciones musicales por internet. Las demandas de los editores contra Google han llegado ya a los tribunales.

La situación actual tiene su punto de partida en agosto del 2004, cuando Google presentó un proyecto para digitalizar y colgar de la red, con posibilidad de ser descargados, millones de obras procedentes de las bibliotecas norteamericanas y británicas. La oferta alertó a los grandes grupos editoriales que recordaron que la ley, sin distinción de fronteras, prohibe la reproducción de textos con derechos de autor vigentes.

LA PRIMERA DEMANDA La respuesta del sector no se hizo esperar. En febrero pasado, las editoriales norteamericanas y la asociación de autores de ese país presentaron la primera demanda, y, en junio, fue La Martini¨re, el mayor grupo editorial francés, el que llevó a los tribunales a Google por "ataque al derecho de propiedad intelectual". El buscador moduló su propuesta y ha acabado reduciendo la oferta a los títulos con derechos de autor vencidos, una reducción de la propuesta inicial que no ha puesto punto final a la pugna que mantiene con el sector. Los editores aseguran que los balances económicos de sus empresas ya sufren los efectos de las simples consultas de textos en las librerías de internet, e insisten en que la oferta de Google perjudicará gravemente a la industria del libro.

Antoni Comas, presidente del Gremio de Editores de Catalunya, considera que la impresión gratuita de un libro a través de internet supone una "agresión" al sector de la edición y afirma que detrás de todo ejemplar impreso hay unos derechos que no quedan limitados a los del autor. Comas insiste que, aunque el autor de la obra haya muerto y la posibilidad de reclamar de sus herederos haya prescrito por el paso de los años, se mantienen vigentes los trabajo de edición, maquetación, tipografía y, en muchos casos, de la traducción, que puede ser reciente o actualizada. "Cuando se coge un libro de una biblioteca, se escanea y se pone en la red se alteran las leyes más elementales del mercado, insiste; nadie puede entrar impunemente en una tienda, o en una fábrica, coger un producto y copiarlo o reproducirlo".

El temor que despierta Google ha llevado a los editores a unir estrategias de defensa. Editores españoles, alemanes, la federación europea del sector y la agrupación internacional se han coordinado para intentar que el buscador modifique su proyecto. "Exigimos, añade Comas, el mismo trato que otros sectores económicos". Google tanteó la posibilidad de recurrir a los depósitos de bibliotecas alemanas y francesas para acceder a los ejemplares que le interesaban, pero los editores de esos países, y las propias instituciones frenaron esa posibilidad.

Al final, parece que solo las grandes bibliotecas de EEUU se han sumado al proyecto, lo que no implica que la oferta de libros que hace el buscador quede limitada a textos en lengua inglesa, ya que esas instituciones acogen ediciones de todo el mundo y en todos los idiomas.

Comas añade que no tiene sentido valorar qué empresas pueden resultar más perjudicadas, porque, en su opinión, todas, tanto si editan a autores clásicos o no, deben sentirse amenazadas. "El efecto inducido será grande --comenta--; la percepción que llegará al lector será la de un producto, el libro, que puede adquirirse gratis y desde casa; todos saldremos perdiendo y, en especial, aquellos grupos que tengan el catálogo más amplio", indicó

Andreu Jaume, editor de la colección Grandes Clásicos de Mondadori afirma que es una incógnita la aceptación que pueda tener el servicio, pero cree que el lector de obras clásicas prefiere buenas ediciones, "y eso no lo ofrece internet". Jaume duda de que resulte práctico para el lector imprimir, por ejemplo, las 1.000 páginas de Ilusiones perdidas , de Balzac.