A Eduardo Mendoza le pilló caminando por la calle en Londres la llamada del ministro de Cultura, comunicándole que había ganado el Premio Cervantes. «Lo primero que pensé fue: ¡Madre mía! ¡Qué apuro! ¡Y no está Carmen Balcells!» El primer recuerdo fue para su amiga y agente literaria, ya fallecida.

El escritor empezó a recibir tantas llamadas que decidió desconectar el móvil y marcharse a comer. Señor de Barcelona, recién investido caballero cervantino y ahora confortablemente asentado en un Londres que cuadra tanto con su ironía reposada de gentleman, reapareció por la tarde en la sede recién estrenada del Instituto Cervantes, sonriente, de corbata y chaqueta y asumiendo el galardón «a modo de conclusión». Como «un final de trayecto feliz», que no implica que no vaya a seguir escribiendo y por supuesto es mucho mejor que «una despedida dramática».

El premio, por su importancia y por el momento en que se lo han otorgado, según el escritor catalán (Barcelona, 1943) «cierra un poco el círculo que empezó con La verdad sobre el caso Savolta en 1975, cuando siendo un debutante «perfectamente desconocido» recibió el Premio de la Crítica. «Eso hizo que mis principios fueran casi violentos. Me vi catapultado de la nada, a ser un escritor desconocido del que se esperaban algunas cosas. Desde entonces -afirmó- he vivido casi 50 años con la convicción de que todas esas esperanzas iban a quedar frustradas. Ahora este premio me sirve para decir que, bueno, la cosa ha salido, más o menos bien». Sí, el quinto de novelas protagonizadas por el detective loco que se abrió con El misterio de la cripta embrujada (1979) o la gran novela de Barcelona La ciudad de los prodigios (1986).

El jurado del Cervantes sitúa a Mendoza en «la estela de la tradición cervantina» y él, «sin pedantería», se reconoce en esa herencia: «Cervantes tuvo una influencia muy grande en mí, como persona y como escritor y las dos cosas son indisociables». Ha recordado cómo siendo adolescente y estudiante de preuniversitario tuvo que leer por obligación el Quijote y lo que le pareció en un primer momento un tocho aburrido pronto se trasformó en el gran descubrimiento de que «se puede escribir literatura sin perder la sonrisa». En aquella época en que todos querían «ser escritores malditos», se quedó prendado «con el estilo que caracteriza a Cervantes: su sencillez, elegancia y buen rollo». El humor es, pues, otro de los valores de su obra destacado por el jurado. «El humor, hasta hace relativamente poco, ha estado mal valorado. Siempre se ha pensado que la novela, para ser buena, debía ser dramática. El Quijote, El Lazarillo de Tormes, en gran parte de su obra Quevedo, y Dickens, ya que estamos en Londres, han sido escritores básicamente de humor».

Uno de los momentos cumbre de su carrera, afirmó ayer, fue cuando escribió Sin noticias de Gurb, que hizo de él «un escritor de humor, leído por niños, adolescentes y otras personas de mal vivir». Eso le abrió puertas insospechadas. «Es difícil encontrar una persona en España que no haya leído, por su gusto o disgusto, Sin noticias de Gurb». Sus libros, «para bien o para mal, son cómodos de leer», lo que le ha hecho recibir de los lectores «muestras de simpatía y de gratitud».

El galardonado no utiliza ni frecuenta las redes sociales, pero fue informado por los periodistas presentes de que en ellas se especulaba con su «exilio» en la capital británica como un modo de huir del ambiente actual en Catalunya. Nada menos cierto, aseguró. Aunque quienes le conocen sí hablan, razones personales al margen de las que tampoco hablará, de un cansancio ante el debate en Cataluña que nunca reconocerá en voz alta y que le viene alimentado tanto por las actitudes de unos como las de otros. «No he tenido nunca ningún problema, ni a nivel personal, ni a nivel oficial en Catalunya», respondió ayer, recordando que también había sido premiado por la Generalitat (el Premi Nacional de Cultura del 2013). «He escrito cosas en catalán. Soy bilingüe. No es una rareza que un catalán escriba en castellano», señaló.

En los últimos años, han sido varios los escritores catalanes en lengua española que han obtenido el Premio Cervantes: Juan Goytisolo en el 2014, Ana María Matute en el 2010 y Juan Marsé en el 2008. Algo que Mendoza considera que forma parte de la «normalidad». Mendoza ha mantenido una posición de puente entre los escritores catalanes en lengua castellana más militantemente activos frente a las instituciones gobernadas por el nacionalismo y su política lingüística y cultural y la Cataluña cultural institucional. Se vio arrastrado a regañadientes, al igual que Javier Cercas, al plantón de los escritores en castellano invitados a participar en la presencia de Cataluña en la Feria del Libro de Fráncfort del 2007, participó en el acto de Societat Civil Catalana Razones para el bilingüismo, pero al mismo tiempo no se le pueden recordar declaraciones del tono de un Juan Marsé y sí participaciones en acciones de deshielo.

El idilio con Londres / De Londres se enamoró cuando a finales de los sesenta le dieron una beca y se topó con «los Beatles, Mary Quant, Carnaby Street, y también la London School of Economics y la British Library». «Me hice anglófilo, una enfermedad de la que no he intentado curarme». En Londres tuvo la oportunidad de comprar un apartamento y hoy vive a caballo entre la capital británica y Barcelona. «Estoy aquí como quien va de visita a casa de un amigo», precisó.

Sobre la indiscreta cuestión de, qué piensa hacer con el dinero, reconoció no saber de cuánto era, aunque aseguró haber oído que este año no había fondos para el Cervantes (la partida ha estado bloqueada unos meses por el cierre presupuestario), una coincidencia que, dijo, sería lamentable. Uno de los periodistas le informó de que la dotación era de 125.000 euros. Entendió al principio 25.000 y cuando salió del error, exclamó: «¡Pero eso es una pasta! Ahora sí que tengo que pensar lo qué hacer con él».