A Tutmosis III se le conoce como el Napoleón egipcio, pero no solo por su estatura (poco más de metro y medio), sino por su afán de conquista: en los 32 años que reinó en solitario emprendió 17 campañas militares y amplió las fronteras de Egipto hasta rebasar el Sinaí y bañarlas en el Eufrates. "Su momia es una de las más pequeñitas que hay en el Museo de El Cairo pero se convirtió en el faraón más poderoso de todos los tiempos. Se crió entre militares, fue un soldado profesional y un gran estratega", dice Antonio Cabanas, piloto de aviación profesional cuya pasión por el antiguo Egipto ha fructificado en rigurosas y documentadas novelas históricas.

Acaba de publicar la cuarta, El hijo del desierto (Ediciones B), ambientada en la época de los faraones guerreros, Tutmosis III y su hijo Amenhotep II, de la XVIII dinastía. "Quería mostrar al lector que en un pueblo tan civilizado como el egipcio también había guerra, un tema del que se ha hablado poco", cuenta el autor de El ladrón de tumbas y La conjura del faraón .

"La guerra es un monstruo terrible. Hombre y guerra van de la mano en todas las épocas y los imperios se construyen por medio de las armas", añade. ¿Y en 3.500 años no ha cambiado nada? "Nada. La guerra es una bestia que esclaviza al hombre y siempre hay quien está dispuesto a servirla".

Aunque afirma que Tutmosis III mejoró la vida militar porque quería soldados profesionales, Cabanas reconoce que "como recogen los textos antiguos, la vida castrense era terrible, reclutaban a niños para la escuela militar, su armamento era propiedad del Estado y no podían perderlo y llevaban una cuerda al hombro donde ataban las manos de los enemigos que mataban...".

Para mostrar la "terrible cara de la guerra", Cabanas inventa al guerrero Sejemjet, bebé abandonado en el Nilo, criado por una hechicera, con un secreto de nacimiento en forma de lunar. "Exhala misterio y en él está la magia de todos los dioses. Es un Aquiles homérico, con una ira que se ve incapaz de reprimir y no sabe por qué. No es un héroe, ni alguien a quien imitar". Con él construye una historia en la que no faltan intrigas palaciegas, traición, amor, pasión, celos y amistad.

Desde que de niño quedó fascinado por la máscara de Tutankamón que vio en un libro, Cabanas ha viajado decenas de veces a Egipto, ha estudiado la escritura jeroglífica y es miembro de la Asociación Española de Egiptología. Por eso su retrato de esta civilización es tan fiel. En El hijo del desierto despliega un ilustre elenco de personajes reales por cuyas tumbas se ha paseado y estudiado. Ahí está el astuto general Djehuty, "un auténtico Ulises en quien Homero tuvo que inspirarse para la historia de Troya por cómo conquistó Joppa, con cestos en lugar del caballo".

La sabia Hatshepsut

Y el general Mehu: "su tumba transmite una personalidad terrible, con un mural enorme con una gigantesca hiena pintada, su mascota, que era lo que más quería. Era muy apreciado por Tutmosis III, al que salvó".

Y Hatshepsut, tía y madrastra del faraón, "que lo manejó durante una corregencia de 22 años. Ella reinó sabiamente y mantuvo la paz pero ser una mujer en un mundo de hombres le trajo muchos problemas. Fue hábil al lograr la ayuda de los militares y los sacerdotes de Amón, aunque tuvo que cederles un poder que a la larga fue malo para Egipto". Y eso lo hizo sin guerras.