No creo que el flamenco se pueda dividir, aunque de lo que estoy segura es que suma, y suma aún más, si le vamos adhiriendo a su ecuación vital, elementos como el respeto, el estudio, la educación del oído y las ganas de aprender. Toda esta fórmula matemática suponemos que la tiene, más que aprendida, Ramón Soler Díaz (Málaga, 1966) licenciado en Matemáticas, y autor de numerosas obras e investigaciones en torno al flamenco. Su última aportación al género, el libro: Ángel de Álora lo dulce que yo cantaba, una revisión vital del cantaor malagueño con motivo del centenario de su nacimiento (1917-2017). Ángel de Álora que llamaba cante cobarde al que se hacía solo con la garganta, entendió el flamenco como forma de vida «cantaba como respiraba, constantemente». Este libro hace justicia a un artista que sin haberse consagrado como profesional, se convirtió en maestro de muchos que sí lo fueron. Quizás ese resentimiento con su propia vida, y una extremada sensibilidad fue el que le consagró como el cantaor de la voz dulce. Una dulzura que alternaba con altanería, cierto orgullo, y un apego a su familia y a su Málaga natal que le hizo decantarse por una vida tranquila, frente al relumbrón de una carrera profesional. Ramón Soler Díaz, junto a Paco Rojí Doña firman esta publicación que solo hace unos días se presentó en el Círculo Flamenco de Madrid. Pasen y lean.

--¿Qué ha aprendido de Ángel de Álora?

--He aprendido cómo era la vida y la obra de un cantaor que no ha tenido demasiado relumbrón, pero que tenía calidad suficiente para haber alcanzado mayores cotas de reconocimiento en el mundo del flamenco. No fue un profesional a tiempo completo ya que él tenía su oficio, sobre todo en la hostelería en Málaga, y cuando le salía alguna cosa salía a cantar, cobrando, pero no se dedicó a esto, y lo pudo compatibilizar. No echaba de menos el mundo del artisteo, prefería estar más cerca de su mujer, de sus hijos. Él se dio cuenta de que su prioridad era su familia, y luego el cante. (…) fue una decisión personal y, afortunadamente, a pesar de esa opción, dejó cosas grabadas, no demasiadas, pero al menos suficientes para poder valorar su aportación al flamenco.

--Además, como cuenta en la obra sin ser profesional fue maestro de muchos profesionales

--Sí, sí, de muchísimos. Para la generación que nació en los años 30 y 40 él fue un referente porque era el eslabón que unía esa época más antigua, la del Piyayo, que llegó a conocer, o a Macandé, con esa generación de artistas que sobrepasan los 60 años.

--Fue fundador de la peña Juan Breva, participó en el programa ‘Rito y Geografía del Cante’, estuvo contratado en Madrid, ¿por qué es tan poco conocido?

--No se crea. Su nombre no está porque no ha dejado una obra como la de Manolo Caracol, Antonio Mairena, La Niña de los Peines o Marchena que han sido absolutamente profesionales a tiempo completo, y claro, el dejar una obra con unos pocos cantes…, no recuerdo exactamente cuántos, 10 o 15..., es una obra pequeña. Él podía haber dejado más estilos grabados de cantes por soleá, fandangos, de otros estilos de malagueñas...etc, y bueno, las ocasiones que le salió para grabar, grabó, pero tampoco eso debe redundar en una menor fama que otros artistas. Hay figuras que han grabado poco pero han viajado más, fuera de su ciudad natal con lo cual han sido más conocidos fuera. El caso suyo no fue así, él se quedó prácticamente en Málaga toda su vida. Ha sido un artista local que podía no haber sido local y aun así, entre los buenos aficionados, siempre ha sido una figura bien mirada. De hecho en el programa como usted decía, de Rito y Geografía del Cante que recogía lo mejor que había en el flamenco a principios de los años 70, llegó a grabar varias cosas porque así lo estimó la dirección de ese programa.

--Cuando en la obra hablamos de ‘Lo dulce que yo cantaba’, ¿se hace el símil con esa extrema sensibilidad que se le atribuye a Ángel Álora?

--Sí, sí, es el fragmento de la letra de una guajira que él cantaba como cante del Piyayo: ‘cuando en Matanzas supieron lo dulce que yo cantaba, la gente se aproximaba...’, es una décima y nos pareció oportuno titularlo así porque a su vez, el cante qué tenía, no era un cante desgarrado, era un cante donde transmitía una dulce melancolía, como le ha pasado a Manolo Fregenal, o a Pepe ‘El Culata’..., magníficos cantaores, pero sin ser esas voces negras tipo Fernanda de Utrera, Caracol.., un cante más desgarrado. Era un cante hermoso, pero no bonito en el término lírico, sino un cante preñado de melancolía y cierta pena.

--Se asegura en su libro que hacía el cante ‘mejorando’.

--El artista que tiene conciencia de su obra, siempre está insatisfecho con ella. Eso le pasa a muchos artistas en cualquier disciplina: siempre verán defectos en su obra, y un cantaor cuando graba algo, y después se escucha en una grabación lo más seguro es que siempre quede algo insatisfecho. Él siempre tenía la intención de mejorar todo lo que cantaba. Recibía un cante, recibía algo de su maestro, y siempre le intentaba poner algo suyo que fuera mejorando la versión anterior. Todo era fruto de una autoexigencia bastante notable.

--¿Era de justicia este libro por tanto Ramón...?

--Me parece que sí, porque ya le digo, hay figuras donde la literatura sobre ellos es amplia y se va a seguir ampliando: Camarón, Mairena..., son artistas que van a seguir dando mucho juego porque han dejado una obra muy grande y se puede mirar desde muchos aspectos, desde bastantes disciplinas, pero el caso de un cantaor con una obra exigua casi que solo se hace un libro de su vida. Cuando me lo dijo Paco Roji me pareció de suma importancia e intentamos esmerarnos lo máximo posible, para dejar al personaje en el lugar que creemos que merece en la historia del flamenco, y también que la familia de él, que es una familia amplia, para que estuviera satisfecha. Ese honor también lo tenemos. La viuda, que no pudo asistir a la presentación del libro porque falleció unas semanas antes, si pudo ver el libro ya que Paco Roji se lo acercó a casa. Lo recibió con gran alborozo e ilusionada y pudo verlo, ojearlo, al menos, llegamos a tiempo.

--¿Qué hace un matemático echando cuentas de flamenco?

--A todo el mundo le hace mucha gracia, ¡a mí también...!, pero es que ¡no tiene nada que ver! Es como: soy alpinista y soy mecánico naval (nos reímos) En mi familia siempre ha habido grandes aficionados. Yo he realizado varios trabajos de investigación con mi tío Luis Soler, sobre Mairena. Mi abuelo fue un cantaor aficionado que tuvo la suerte de conocer a Manuel Torre, Juan Breva, la Niña de los Peines..., incluso cantar con ellos..., en mi casa la tradición del flamenco siempre ha sido algo cercano. Me tocó, entre todos los hermanos, esa afición.

--Su primer reconocimiento le vino en 1991 con el primer premio de la III edición del Premio de Periodismo y Ensayo Antonio Mairena, con la obra, ‘Antonio Mairena en el mundo de la siguiriya y soleá’, ¿qué ha supuesto el maestro para usted?

--Antonio Mairena me abre un sentido de la percepción del flamenco distinta que podía tener con otro cantaor, porque, además de ser un cantaor extraordinario, es un artista que te hace reflexionar sobre la obra de arte, sobre distintos aspectos como es la creación, la transmisión oral, el compromiso, la capacidad para influir en la gente de su generación y posteriores. Es unos de los más grandes que ha dado el flamenco. Lo que si caracterizaba a Mairena, y no lo tenían los cantaores de su generación, es que era un cantaor que reflexionaba sobre su propia obra. Hay gente que canta muy bien pero que va el día a día sin mirar atrás, sin mirar adelante, y sin tener demasiada conciencia de lo que es ser un creador. Antonio Mairena era plenamente consciente de ello, y su obra podemos verla desde un punto de vista simbólico, autobiográfico, musical, con lo cual da mucho juego. Me ha servido mucho para mi formación como aficionado, sin duda, y es un cantaor que cada vez que lo escuchas, te sorprende.