En el mundillo teatral francés suelen decir que existen unas reglas fijas para que una pieza tenga éxito. El problema es que nadie sabe cuáles son. Así que intentar saber el porqué de una recepción pública tan masiva como la que ha tenido El método Grönholm , la obra de teatro de Jordi Galceran, y cómo y en qué forma ha sabido cruzar fronteras, es algo así como desvelar la fórmula de la Coca-Cola.

De momento las cifras mandan. Mientras en Barcelona se registra una ocupación del 98% y las entradas deben comprarse con una anticipación de mes y medio a dos meses, la obra ha sido traducida a más de 20 idiomas, estrenada hasta el momento en 17 teatros europeos y suramericanos --en Buenos Aires ha logrado repetir temporada, algo insólito en los últimos años-- y en los próximos meses llegará a 15 salas internacionales.

La buena noticia es que las productoras Anexa (catalana) y PTC (madrileña), que la gestionan, están en tratos para coproducir la obra en París y Londres, mecas del show business . Aunque para la productora argentina Ana Gelín --que también ha llevado la obra a Madrid, Buenos Aires, Montevideo y prepara su montaje en Chile-- "la meca absoluta sería Broadway".

En Estados Unidos ya han sido comprados los derechos, aunque para que llegue al barrio neoyorquino será imprescindible que dé en la diana en el West End londinense, donde se estrenará dirigida por Laurence Boswell, un buen conocedor del teatro español. También se espera que Nicoleta Braschi, esposa de Roberto Benigni, la estrene en Italia.

La obra, es sabido, retrata en tono de comedia, con no pocos toques amargos, un proceso de selección de personal llevado al extremo. El inicio del fenómeno Grönholm se sitúa en mayo del 2003, fecha en que se estrena dentro de un proyecto, el T6, que el Teatro Nacional de Cataluña dedica a la autoría contemporánea. Galceran ya había conectado bien con el público gracias a Dakota y Palabras encadenadas , pero pasaba por un periodo de infertilidad. "Hacía tres o cuatro años que no escribía y sus últimos trabajos no habían conectado con el público", recuerda su amigo Sergi Belbel, director del montaje. "No eran buenos tiempos para mí. Escribía pero no acababa nada. El contrato con el TNC me obligó a poner en común mi trabajo con otros autores y me fue útil porque acabé la obra", dice Galceran.