Tiene tanto de mainstream como de inyección de vitalidad y buen rollo. La joya de los musicales, El Rey León , aterriza en la Gran Vía de Madrid con el objetivo de quedarse un par de años. Es la estancia mínima que la obra, la producción más cara presentada en España, necesita para rentabilizar la descomunal inversión (10 millones de euros). En Nueva York se lleva representado 14 años. En Londres, 12. ¿Es posible llegar a esos límites en Madrid? Sus responsables dudan, pero recuerdan que el musical llegó a Hamburgo con ánimo de estar dos o tres años... y lleva 10.

Lo que está claro es que hace años era impensable que España pudiera albergar una producción de esta envergadura. Ni había profesionales formados ni el público estaba maduro. Ahora sí. Con la experiencia de obras como La Bella y la Bestia o Los Miserables (cuyo presupuesto era la mitad que El Rey León ), es el momento de escuchar los rugidos de Mufasa, Simba y el malvado Scar (interpretado por el barcelonés Sergi Albert).

Todo apunta a que la sabana africana se hará fuerte en Madrid. La primera representación con público, el miércoles por la noche, provocó que los asistentes (la mayoría, invitados y prensa especializada) se pusieran de pie para aplaudir. Ayer, la cola para comprar entradas en la taquilla --llevan vendidas unas 90.000 y el ritmo es de 4.000 diarias-- era de unos 200 metros.

Apabullante

Creado por la directora Julie Taymor y basado en la película de Disney de 1994, El Rey León es apabullante. Y lo es por varios motivos: música, color, iluminación, maquillaje y cambios de escenarios. Capítulo aparte merece el vestuario, departamento en el que trabajan 19 personas. El corsé que lleva la actriz de la foto de la izquierda, la brasileña Daniela Pobega, tiene centenares de piedras que han sido cosidas a mano, como ocurre con el traje de todas las actrices-leonas.

Otro capítulo aparte merecen las máscaras, punto fuerte del musical. La mayoría de ellas se sitúan sobre la cabeza de los actores y no sobre el rostro. Gracias a un complejo mecanismo oculto para los espectadores, los intérpretes pueden moverlas. Son piezas de orfebrería realizadas en fibra de carbono. Pesan 500 gramos y son tan delicadas que los actores no las pueden tocar con las manos. La grasa de los dedos las estropearía y provocaría volver a pintarlas. Tanta pintura les perjudica.

De todo esto el espectador no se da cuenta. Pero basta echar un vistazo al backstage para comprobar que entre bambalinas tiene lugar otra función paralela donde costureros, lavanderos, maquilladores y otros profesionales hacen el trabajo invisible, el más sacrificado.

Teatro reformado

La envergadura de El Rey León (hay 150 personas trabajando en el teatro, entre músicos, actores y técnicos) ha provocado que el espacio donde se representa, el Lope de Vega, haya tenido que ser reformado para dar cabida a todos los miembros de la selva, desde el pequeño pájaro Zazú hasta las gigantescas jirafas.