La fantasía con mayúsculas ha entrado en la historia de los Oscar. En la madrugada del lunes, Hollywood prefirió esquivar el camino de las sorpresas y abrió su puerta más grande a El señor de los anillos. El retorno del rey , la última entrega de la trilogía, una película en la que los académicos han sintetizado su admiración por el tríptico completo. El histórico pleno de 11 estatuillas, que sitúa a la película en un pedestal sólo alcanzado antes por Ben-Hur y Titanic , convirtió la 76 edición de los Oscar en una ceremonia de coronación del cineasta neozelandés Peter Jackson.

La esperada genuflexión ante el nuevo rey llegado de las antípodas se fue confirmando poco a poco. Y su protagonismo marcó una ceremonia sobre la que flotaban los fantasmas del pecho de Janet Jackson y los cinco segundos de retraso en la retransmisión, los ecos del discurso del año pasado de Michael Moore y la sombra omnipresente de La Pasión de Mel Gibson.

OCTAVA PRESENTACION Absolutamente todo lo aprovechó Billy Crystal, que abrió su octava presentación desde lo más alto del humor gracias a sus ya habituales adaptaciones musicales y al tradicional montaje donde se mete en el celuloide. La cumbre de esa película dentro de las películas llegó con la aparición de Michael Moore en una escena bélica de El señor de los anillos . "Detened esta guerra", gritaba cámara en mano Moore antes de ser aplastado por un elefante digital.

Los interminables agradecimientos del equipo de El señor de los anillos permitió improvisar a Crystal. "Ya es oficial, no queda nadie a quien dar las gracias en Nueva Zelanda", dijo Crystal tras la quinta estatuilla a la película de Jackson. "¿Saben que la gente se está mudando a Nueva Zelanda sólo para entrar en los agradecimientos?", bromeó tras el séptimo. Aún quedaban cuatro más, e incluso la productora de Las invasiones bárbaras , galardonada como película extranjera, ironizó sobre el viaje sin retorno de la Academia a la Tierra Media. "Estamos muy agradecidos porque El señor de los anillos no compite en esta categoría", manifestó Denise Robert.

En cuanto a premios, las otras cumbres de la gran noche del cine fueron los espacios reservados para los príncipes y princesas de Hollywood. Ganaron como intérpretes de reparto Tim Robbins y Renée Zellweger, pero el más reconocido fue Sean Penn, con toda la sala puesta en pie para una ovación emocionante y labrada en años de nominaciones frustradas.

El actor, nunca proclive a actos que le producen "incomodidad social", protagonizó el momento de mayor respeto al cine. Y en su discurso, que no llevaba escrito porque sus hijos le dijeron que sería "pretencioso", fue coherente. "No existe la mejor actuación --dijo--. Lo prueban los grandes actores junto a los que estaba nominado y los Paul Giamatti, Nicolas Cage, Robert Downey Jr, Jack Nicholson, etcétera, que no estaban nominados".

El Oscar menos sorprendente fue el de la surafricana Charlize Theron. Y la más discreta en el escenario fue Sofia Coppola, heredera de una dinastía ampliamente representada en el Kodak Theatre, premiada por su guión de Lost in translation . Francis Ford Coppola exhibía legítimo orgullo paterno después de que una voz en off anunciara que acababa de nacer, después de los Huston, la segunda dinastía con tres generaciones oscarizadas. Sofia Coppola habló con su proverbial timidez. "Cada escritor necesita una musa. La mía fue Bill Murray", dijo.

En su lista de agradecimientos entraron desde papá y mamá hasta Antonioni, Wong Kar-Wai, Bob Fosse y Godard.