Hasta escritores de fantasía o ciencia ficción tan machirulos como Andy Weir (que ha publicado, tras El marciano, Artemisia) y Joe Abercrombie (que en sus últimos relatos está girando la atención cada vez más a los personajes femeninos, aunque su fijación por las guerreras lesbianas tenga algo de voyeur) han tenido que admitirlo. La revolución feminista geek, título del libro de artículos de Kameron Hurley que acaba de publicar Runas, se ha convertido en la nueva normalidad en este género: ya no se trata de la vieja reivindicación de sustituir las virginales figuras tolkienianas por mujeres fuertes, sino de un creciente protagonismo de las escritoras, los personajes femeninos y la imaginación en sus obras de nuevas formas de roles de género o estructuras familiares a las que el último calificativo que se les podría aplicar es el de patriarcales.

«Como escritora, mi trabajo es construir nuevas normalidades para la gente. Me toca a mí mostrar a las personas qué es posible», explica Hurley en su colección de artículos, que tienen origen lejano en su blog Brutal women. «Hay una revolución en marcha. Estamos presenciando algunas de las batallas más estridentes y violentas que tienen un lugar aparentemente extraño: los medios de las comunidades de fans y de los autores de ciencia ficción y fantasía», plantea.

De hecho, la gran novedad no es la revolución, sino que haya avanzado hasta el punto de generar una contrarrevolución. Los movimientos Gamergate en el mundo de los videojuegos y Sad Puppies en el de la ciencia ficción, con acoso en las redes, de los que Hurley ha sido una de las víctimas, e intentos de blanquear y masculinizar las votaciones de los premios Hugo, ante el predominio en los últimos años de ideologías progresistas y ecologistas, y de gais, mujeres y no blancos (y a veces las tres cosas simultáneamente) entre los premiados. Algo que ha sacado de las casillas a esos «geeks, casi siempre hombres blancos, que sufren una aguda nostalgia por aquellos días en que se daba por sentado que ellos eran el público de las novelas pulp y de los videojuegos», y que esperaban encontrar obras situadas «en el tipo de antiguo universo colonial en el que mandan los tíos».

VICTORIA EN LOS PREMIOS HUGO / La campaña de los Sad Puppies (votantes todos de Donald Trump, seguro) consiguió en el 2015 que el porcentaje de mujeres nominadas a los premios Hugo de ciencia ficción en EEUU bajase del 40% que había alcanzado al 20%. Pero ninguno de sus candidatos ganó (eran muy, muy malos, no solo reaccionarios) y la venganza fue la victoria, y además en dos ediciones consecutivas, de Nora K. Jemisin.

El libro de Hurley habla de esa guerra. Pero es también un relato de memorias, más bien desaliñado y construido post a post, con las lamentaciones de una escritora primeriza ante los rechazos editoriales, sus problemas con el peso, la ruptura con su heterosexualidad, una diabetes tipo I y la crueldad del sistema sanitario de EEUU, los insultos sexistas en las redes... y con quienes por el hecho de ser mujer le preguntan si escribe literatura infantil cuando, en ese momento, lo último que había escrito era «una novela de ciencia-ficción-fantasía oscura sobre una cazarrecompensas bisexual que decapita a la gente para ganarse la vida».

LESBIANAS EN EL ESPACIO / Uno de los muchos haters que se ha ganado Hurley en internet dijo de su novela Las estrellas son legión (Runas) que se podría haber titulado perfectamente Lesbianas en el espacio. Se suponía que debía ser una crítica, pero la autora cogió el guante y no vio ningún problema en ese título. Hasta tal punto que en España se ha publicado también con una sobrecubierta alternativa con ese título no oficial. Pero, con todo, sería erróneo dejarse llevar por él. En la novela de Hurley, los seres humanos viven en Legión, una constelación de naves del tamaño de un planeta, que en realidad son grandes organismos vivos con seres extraños alojados en sus entrañas profundas, en proceso de descomposición y en guerra entre ellos. Sí, todos los seres en esa humanidad que viaja por el espacio son mujeres, así que evidentemente se aman, se engañan y se matan (sobre todo lo segundo y lo tercero) entre ellas. Pero si alguna sensación deja el libro es sobre todo la suciedad y el pringue de sumergirse en esas morbosas naves-mundo.

En El largo viaje a un pequeño planeta profundo (Insólita), de Becky Chambers, Rosemary Harper, una joven sobradamente preparada, se une a la tripulación de la Peregrina, una tuneladora espacial. Una nave que construye agujeros de gusano, autopistas interestelares. Es un libro que no ofrece lo que parece que promete... sino algo distinto pero totalmente satisfactorio. Donde la confrontación con una peligrosa raza alienígena, la política galáctica en la que los hombres son unos recién llegados a una especie de ONU espacial y la especulación física flojean, el libro de Chambers se convierte en una lectura tan satisfactoria gracias a la convivencia de una tripulación étnicamente diversa.

Son como unos Friends del espacio: un cocinero acogedor y nostálgico que físicamente podría recordar a la oruga de Bichos pero que arrastra un doloroso pasado, un navegante enamorado de la inteligencia artificial de la nave, un capitán con un affaire con una guerrera alienígena, la novata que descubre el amor homosexual y heteroespecie con una mecánica de una raza reptiliana con una especial estructura familiar...

SEXISMO, RACISMO, CLASISMO / Tan enfangada en los rifirrafes contra el fandom reaccionario como Hurley lo ha estado N. K. Jemisin, que a la reivindicación feminista en el campo de la fantasía suma la de su condición de mujer negra. Ganó el premio Hugo a la mejor novela en el 2016 por el primer libro de su Trilogía de la Tierra Fragmentada, La quinta estación, y de nuevo en el 2017 por el segundo, El portal de los obeliscos, que acaba de publicar Nova.

Una advertencia: la curva de aprendizaje para entrar en este mundo donde ciertas personas, una etnia oscura, temida, perseguida y esclavizada, tiene la capacidad de quebrar la tierra y asolar civilizaciones, y una extraña relación con los obeliscos que flotan sobre su planeta, es exigente. Es el riesgo de no reciclar mitologías sino, como se planteó la autora, «crear algo completamente nuevo». «Teniendo en cuenta mi experiencia como mujer negra, es inevitable que desarrolle sociedades en las que se manifieste la intolerancia en diversas formas: sexismo, clasismo, racismo…», nos explicó en su visita a Barcelona hace ahora un año.

En el palmarés de los Hugo la precedió (en una racha que tuvo consecuencias) Ann Leckie, con Justicia auxiliar, que tuvo continuidad en Espada auxiliar (ambas publicadas en Nova). Todo un reto: los personajes, femeninos, son mentes cuyo cuerpo son las naves espaciales y sus miles de tripulantes.