Gilberto Gil se fue a dormir el sábado en Londres con la triste noticia de la muerte del pionero de la bossa nova João Gilberto, tan influyente en su obra, y este domingo atendió, aún impresionado, a este diario por teléfono desde la capital británica. El músico de Salvador de Bahía tendrá un recuerdo para el maestro en el concierto que ofrecerá, con su grupo de siete músicos, este lunes en el Festival de Pedralbes.

—¿Qué sensaciones ha tenido al conocer la noticia?

—Que siempre me pareció que João Gilberto no se iba a morir nunca. Siempre hubo una idealización por mi parte, la sensación de que siempre iba a estar allí, no solo por su música, también por su manera de vivir, su manera de integrar el yoga... Era un hombre de una quietud muy profunda.

—¿Recuerda la primera vez que le escuchó?

—Sí, en Bahía, cuando yo tenía 17 o 18 años. Tenía un grupo donde tocaba el acordeón. Sus primeras canciones me impresionaron y deseé practicar su misma concepción musical. Y me compré un método para aprender a tocar la guitarra. Sí, empecé a tocar la guitarra a causa de João Gilberto.

—¿Por qué cree que fue revolucionario? ¿Por su forma de cantar, su técnica con la guitarra…?

—Por todos esos ingredientes, que daban un resultado sorprendente y mágico. Nos afectaba de una forma que nadie antes había conseguido. Y no fue solo un disco concreto, un momento: fue toda su vida de conciertos y grabaciones memorables.

—¿Es exagerado llamarle padre de la bossa nova? ¿Cuántos padres tiene esta música, Jobim, Vinícius…?

—No, no lo es, porque él fue un resumen de todo aquel momento de transfusión sanguínea en la música de Brasil y del mundo. Él marcó el patrón, si bien la composición de Tom Jobim, Newton Mendonça, Vinícius de Moraes…, contribuyó muchísimo a la existencia de la bossa nova. Pero con João hubo incluso la recuperación de un repertorio anterior que él logró transformar en algo muy precioso.

—Usted tomó parte en un álbum de João Gilberto, Brasil (1981), con Caetano Veloso y su hermana Maria Bethânia. ¿Cómo recuerda aquel episodio?

—João era una persona muy reservada, aislada incluso, y establecimos una relación sencilla y suave con él. Dirigió nuestras voces de una forma muy personal. Tenía un talento conductor, por eso me gusta considerarlo un padre de la bossa nova. El disco Brasil reflejó esa paternidad.

—¿Era difícil trabajar con él?

—No. Todos éramos apasionados y estábamos seducidos por su música. Estar con él tocando y cantando era algo casi religioso.

—¿Tenía relación con él en los últimos tiempos?

—Hacía tiempo que no hablaba con él. No lograba encontrarle. Yo creo que la última vez que estuve con él hará unos 10 años.

—En sus conciertos actuales, ¿cree que sigue apreciándose el influjo de João Gilberto?

—Sí, en particular en la primera parte de estos conciertos, que se basa en mi último disco, OK OK OK. Rememora claramente su estilo y la estética de la bossa nova.

—Es un disco luminoso sin ser festivo, es más bien suave y recogido.

—Sí, como era la bossa nova. Tiene que ver con el período que viví no hace mucho. Hay una influencia existencial.

—Se refiere a sus problemas de salud en el 2016, cuando sufrió una insuficiencia renal y cardiaca. En el disco dedica una canción, ‘Kalil’, a su cardiólogo.

—Y otra a la médica (Roberta Saretta), que me sacó cuatro pedacitos del corazón para examinar. Esa canción, Quatro pedacinhos, es la que más me gusta del álbum.

—Es un disco de celebración serena de la vida.

—Sí, del gusto de tener una familia muy próspera en términos existenciales, con hijos, nietos, bisnietos… Tengo una salud sostenible, con las características de un hombre viejo. Estoy bien, contento de vivir y de seguir cantando, viajando y entreteniendo a los públicos.

—En la canción ‘OK OK OK’ da a entender que en el mundo hay ahora un exceso de opinión.

—Sí, que hay un vacío en el discurso general, con la propagación tan rápida de la información, y una opinión que ha quedado muy fragmentada. Ha perdido un poco la fuerza. Ya no tiene el valor de antes.

—Esta canción la escribió antes del último cambio político en Brasil. ¿Temía que las cosas tomarían ese rumbo?

—Ya se venía un cambio de actitud política de las clases medias y de los sectores más ricos, más urbanos. Como se está viendo en otros países: España, Holanda, Polonia, Austria, Estados Unidos… Hay señales de una regresión a valores menos humanistas, más duros y crueles.

—¿Decepcionado con Brasil, o es una desilusión más global, producida también por Trump o los populismos europeos?

—Sí, es todo eso, ese cambio general, de civilización. No es algo particular de Brasil.

—Fue Ministro de Cultura del 2003 al 2008. ¿Le preocupa lo que el gobierno de Bolsonaro pueda hacer con la cultura en Brasil?

—Ya se ve que este gobierno desprecia la cultura, que la trata como algo que no merece inversiones ni atención. Es gente muy reaccionaria y donde más se nota su posición es en la cultura.

—¿Qué queda entonces, refugiarse en la música?

—Seguir cultivando nuestros valores: la solidaridad, el amor, la fraternidad, la lucha por la libertad, la consideración del prójimo, el respeto por la opinión contraria, la democracia…

—Acaba de cumplir 77 años y sigue haciendo discos y giras. ¿Próximos planes?

—Voy a preparar un trabajo con toda mi familia, con los hijos y los nietos. Tengo cuatro hijos que se dedican a la música, tres de los cuales están en mi banda, y cinco nietos que también están en ello. Quizá sea un disco, o al menos una gira por Brasil y por Europa, el año que viene.