El asesinato de Hildegart Rodríguez ocupó en los años de la segunda república cinco (o seis) columnas en primera página. El caso tenía no pocos ingredientes para la reflexión y la fascinación malsana. Una chica de 18 años, mente privilegiada, a quien su madre, enferma mental, concibió exclusivamente para que se convirtiera en la mujer del futuro, la profeta de la revolución social feminista. Pero cuando su criatura intentó tomar su propio camino le descerrajó cuatro tiros, en pleno delirio: «Yo la he creado, yo acabo con ella». La historia ha perseguido a Almudena Grandes (Madrid, 1960) durante 40 años, desde que supo de aquel crimen gracias a la película de Fernando Fernán Gómez Mi hija Hildegart, que popularizó la historia. El final de ese trayecto es La madre de Frankenstein (Tusquets), quinta entrega de su galdosiana serie Episodios de una guerra interminable, fresco popular sobre el franquismo.

--La obra cuenta los últimos días de la parricida Aurora Rodríguez en el psiquiátrico de Ciempozuelos, en 1956. ¿Por qué le interesó más la madre que la hija?

--Para mí fue definitorio el libro de Guillermo Rendueles Olmedo, un médico represaliado durante el franquismo por intentar cambiar las prácticas en los psiquiátricos. Él conoció bien ese centro, fue residente allí y en aquel libro incluía la historia clínica de Aurora Rodríguez. Aquella mujer tenía todas las condiciones de partida: era muy inteligente, culta, autodidacta al margen de la cultura católica dominante, rica y por lo tanto económicamente independiente, no rehuía la actividad pública, escribía libros, artículos, conferencias… Todas esas virtudes quedan pervertidas por la enfermedad mental.

--Podría decirse que fue una adelantada, pese a todo.

--A finales de los 30, ella ya hablaba de la posibilidad de controlar la natalidad mediante la vasectomía, mientras los médicos se reían. Responsabilizó de lo que ella llamo su «fracaso» con Hildegart a su convencimiento de que las mujeres tienen una sexualidad más potente que la de ellos y eso volvió a ser un chiste. Tuvieron que venir Kinsey y Master & Johnson para ratificarlo. Pero todas estas virtudes no quitan que fuera una paranoica, enfermedad que no suele afectar a las facultades intelectuales. De hecho hay una ratio bastante alta de superdotados paranoicos. El delirio de Aurora era redimir a la humanidad, el delirio del reformador social.

--Lo de la sexualidad femenina inquietaba especialmente a los dos psiquiatras estrella de franquismo, Antonio Vallejo-Nájera y Juan José López Ibor, que aparecen en su novela.

--El primero, ideólogo indiscutible del franquismo, sostenía que la enfermedad mental de Aurora era consecuencia de haber leído sin orientación ni tutela. Cuando una mujer hace eso acaba trastornada.

--El libro de la vida sexual de López Ibor estaba en todos los hogares españoles de los 60.

--Lo más bonito de esa historia es que Lidia Falcón y su marido ejercieron como negros en su redacción final. López Ibor encarna otro tipo de tinieblas. Como Vallejo-Nájera no le dejó mucho espacio en la cúspide del poder, él se dedicó a la práctica privada y se hizo millonario. Era el campeón de las terapias aversivas contra la homosexualidad y llegó a practicar lobotomías para curarla.

--Es casi lo mismo que están diciendo ahora los de Vox.

--Fue una constante de la dictadura. Hubo muchos psiquiatras que se forraron sacándole el dinero a familias de homosexuales, porque además podían ser procesados por el tribunal de orden público. Carlos Castilla del Pino cuenta en sus memorias que López Ibor tenía enganchados a todos los depresivos de Madrid con el pentotal.

--Un psiquiátrico como el que muestra en la novela es una excelente metáfora para explicar la España de los 50.

--He querido contar esta década, en la que aparentemente no pasa nada, desde el margen del margen. Ciempozuelos no era solo un manicomio, era un manicomio de mujeres. Un microcosmos que condensa y esencializa las condiciones del macrocosmos y muestra muy claramente que cuando vives en una dictadura tú no eres nada, no tienes capacidad para decidir nada.

--¿Podría decirse que esta es su novela más triste? Una época marcada por el verso de Ángel Gonzalez: «Ese tiempo hostil propicio al odio».

--Me gusta mucho ese poema, porque está diciendo que en ese momento amar en España es imposible, que la única posibilidad que queda es estar solo. Y ese es el destino de Germán Velázquez.

--Signo de los tiempos, por lo tanto.

--Los 50 fueron años de un terror distinto al de los 40 porque se fusilaba menos pero el nacionalcatolicismo controlaba la intimidad de la gente a todo nivel. Era una sociedad en la que no le podías dar un beso a tu marido en plena calle, ellas no podían enseñar los brazos, era pecaminoso, y tampoco usar medias en verano. Una mujer tenía que estar en permanente alerta nuclear consigo misma so pena de no poder casarse o de convertirse en una perdida oficial. El silencio era el valor seguro.

--Usted ha enarbolado la bandera de Galdós durante años. ¿Cree que en este centenario se va a hacer justicia con él?

--Estoy muy contenta de que se esté haciendo tanto ruido a su alrededor. Y todo lo que le pase a Galdós es como si me pasara a mí, un triunfo personal. Él es un escritor descomunal pero su consideración es una anomalía. Los más grandes, la generación del 27, Buñuel, Cernuda, se fueron al exilio a seguir amándole mientras que los segundones se quedaron y dictaminaron que era cochambrosos y carca, incluso lograron que no se le diera el Nobel.

--Valle Inclán, un hombre de valía, le tildó de garbancero.

--Valle tiene crónicas poniendo a Galdós por las nubes. Pero puso lo de garbancero en boca de un personaje grotesco en Luces de Bohemia y así ha quedado. No hay derecho, ahora tenemos una oportunidad de conseguir ampliar el mercado de Galdós. No puedo creerme que alguien a quien le guste leer coja Misericordia y no disfrute.