Sí, entre otras cosas, sigo siendo marxista. Lo escribió John Berger en uno de sus últimos artículos. «Cotidianamente, la gente sigue señales que apuntan a algún sitio que no es su hogar, sino un destino elegido. Señales en carreteras, señales de embarque en los aeropuertos, avisos en las terminales. Algunos están de viaje por placer, otros por negocios, muchos motivados por la pérdida o la desesperación. Al llegar, terminan por darse cuenta de que no están en el lugar que indicaban las señales que siguieron. Donde se encuentran tiene la latitud, la longitud, el tiempo local y la moneda correctos, y, sin embargo, no tiene la gravedad específica del destino que escogieron (...). El sitio ha perdido lo que lo convertía en un destino. Ha perdido su territorio de experiencia».

Se titulaba Dónde hallar nuestro lugar.

Escribo esto el día de Todos los Santos: «Hoy me voy a disfrazar de la angustia vital que genera la incertidumbre que planea sobre mi generación en cuanto a un futuro en el que jamás alcanzaremos la estabilidad económica que el sistema nos vende como objetivo a alcanzar», escribió Gerardo Vílches, crítico de cómic.

El capitalismo. Hablo con amigos sobre la muerte del capitalismo, este sistema económico que nos hemos dado y que hemos impuesto en otras sociedades y que es el mayor asesino que hemos podido crear. Mata y esclaviza a gente en todos los países del planeta y mata esperanzas, mata fecundidad, hermandades, sostenibilidad, cuidados, solidaridades e inclusiones. Ni siquiera le arañamos la superficie. Son «los inversores extranjeros los que invierten los signos para confundir a las poblaciones locales, para confundirlas acerca de quién gobierna a quién, acerca de la naturaleza de la felicidad, del alcance del quebranto o de dónde ha de hallarse la eternidad. El propósito de estas direcciones falsas es persuadir a la gente de que ser un cliente es la salvación última. Sin embargo, a los clientes no los define el lugar donde viven y mueren, sino donde compran y pagan».

El entrecomillado sigue siendo de John Berger.

El sistema, aupado por gentes con nombres y apellidos que no se atreven a desafiar la propiedad privada, nos ha lanzado a la cara un estado de emergencia climática que algunos niegan porque su tiempo en este mundo es finito (y por otros millones de sesgos que no me voy a detener a explicar).

Para desafiarlo, para construir, o seguir construyendo, otro tipo de sociedades, ha nacido en el Jerte el I Festival Ecopoesía. «Ya no podemos hablar de sostenibilidad -decía su coordinador, el agricultor, escritor y poeta Ángel Calle Collado-. Esto es una emergencia climática». Y te explica que las cerezas se duermen en los árboles y que los gobernantes ahora no hacen nada, pero se van a encontrar con la realidad en un lustro: el comercio mundial ha descendido.

Reaccionaremos tarde, como siempre.

Al final, se trata de construir otro tipo de relaciones. Darle voz a los artistas locales. Preparar actividades conjuntas, como los Buñuelos Poéticos (sí, harán buñuelos. Y un documental sobre esto). Y poemas y versos escénicos, exposiciones de fotografía, audiovisuales, lecturas asamblearias, músicas en la naturaleza, polipoesía y poesía de la conciencia, intervenciones poéticas en las calles, un certamen expresivo… y una ruta que rendirá homenaje a John Berger.

«Extensas áreas que en su día fueron rurales las están convirtiendo en zonas. Los detalles de este proceso varían según el continente: África, América Central o el sureste asiático. El desmembramiento inicial, sin embargo, siempre proviene de otra parte y es efectuado por los intereses corporativos que dan rienda suelta a su apetito de acumulación, lo que significa apoderarse de los recursos naturales (pescado en el Lago Victoria, madera en el Amazonas, petróleo donde quiera que haya, uranio en Gabón, etcétera), sin importarles a quién pertenezca la tierra o el agua. La explotación resultante enseguida exige la construcción de aeropuertos y de bases militares y paramilitares, a fin defender lo que sacan, y la colaboración de los mafiosos locales. Pueden darse entonces guerras tribales o intercomunitarias, hambrunas y genocidio. Los pobladores de estas zonas pierden todo sentido de residencia».

No hay Valle B es el lema de este primer Ecopoesía. No hay Valle B. No hay Planeta B. Acá y acullá tenemos los mismos problemas: la falta de lluvias, el cambio de las condiciones en los cultivos, la sobreexplotación de los recursos energéticos. Entretanto se alzan voces, se buscan experiencias colaborativas, se intenta recuperar el sentido del asociacionismo. «La resistencia política --decía John Bergen--, comienza con frecuencia en un entretanto.

Ha comenzado en Chile. «Es tiempo de escuchar a la gente», decía su presidente. Y de repente una vuelve a caer: el mandato no lo tiene el pueblo. Al pueblo, que somos nosotros, solo nos quedan las calles. ¿Y entretanto? «Estamos estableciendo nuestros propios asideros, nombrando lugares, encontrando poesía. Sí, en ese entretanto, debemos encontrar la poesía».